Exclusión y pobreza
Ganas de pegar a un mendigo
Están entre nosotros, pero les hacemos el vacío. Nos molestan. Queremos que desaparezcan de la vista. Y qué feo que los turistas los vean ¿verdad señor Batlle?
Hoy he pasado al lado de un vagabundo estirado en un banco, y de repente, me ha apetecido pegarle. Al instante he pensado ¡qué barbaridad! ¿Por qué habré tenido ese impulso? Luego me he dicho que mejor olvidarlo. Pero he sentido que era mejor analizarlo. Se supone que soy alguien civilizado y siento compasión por los desfavorecidos. ¿He vivido un brote instintivo atávico? Luego, me ha salido al paso un pedigüeño con el torso desnudo que mostraba un gran bulto canceroso en el vientre. Cuando estaba alzando la vista para ver su rostro, lo he esquivado rápidamente. Y he seguido mi camino, pensado en por qué no le he aguantado la mirada. Unos metros más adelante, –no es broma–, una yonqui tatuada en cuclillas, apoyando la cabeza en el suelo, alargaba las manos con un vaso de McDonalds pidiendo monedas. La he esquivado de milagro, a punto de pisarla. Entonces me he justificado. Está estorbando en la calle. No hay que dar dinero a quien pide. Se lo gastará en drogas y alcohol. O se lo quitará su chulo. Además –he seguido argumentando– yo ya pago impuestos para que alguien del ayuntamiento se encargue de ellos. Soy un ciudadano respetable y solidario.
Hoy estaba en un banco leyendo el diario y se me ha acercado otro mendicante, se notaba perturbado, tenía los brazos con cicatrices. Aunque era español, se ha dirigido a mi con un “can you help me?”. Le he contestado con un no rotundo. Pero en realidad yo sí que podía ayudarlo. Simplemente no he querido. Me ha molestado su interrupción y me ha sobresaltado su aspecto amenazante. Lo he seguido con la mirada y he sentido el impulso de levantarme y acercarme para darle algo. He hecho el gesto, pero me he vuelto a sentar. Ya está muy lejos, me he dicho.
Justificaciones, a fin de cuentas. Mañana veré a otros tantos. En el centro de la ciudad es fácil, hay muchos, demasiados. Están entre nosotros, pero les hacemos el vacío. Nos molestan. Queremos que desaparezcan de la vista. Y qué feo que los turistas los vean ¿verdad señor Batlle?
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