Evolución humana
Maldito bipedismo
Partos difíciles, meniscos destrozados y otras chapuzas de la evolución humana
Jordi Serrallonga
Arqueólogo, naturalista y explorador. Colaborador del Museu de Ciències Naturals de Barcelona.
Jordi Serrallonga
¿Recuerdan a 'Pepe Gotera y Otilio, chapuzas a domicilio' del gran Ibáñez? ¿Y a 'Los Payasos de la Tele'? Miliki y Fofó, ya fueran lampistas o científicos, canturreaban «naniano, naniano» mientras disimulaban un enésimo estropicio. Pues bien, la evolución –lejos del diseño inteligente que predican los creacionistas– también es chapucera, y disfraza sus «chapuzas» bajo la forma de modelos que dan el pego: desde el 'Hombre de Vitrubio', de Leonardo da Vinci, a la diosa Katharine Hepburn. ¿Cuerpos chapuceros? ¿Cómo encaja esto con la evolución?
Centrémonos en uno de los iconos de la Prehistoria: la conocida línea de homínidos que, de más bajos a más altos, se disponen en una secuencia progresiva. Es estética y tiene gancho, pero la evolución ni es lineal –es en forma de árbol– ni es sinónimo de progreso. Aun así, el icono prolifera y se perpetúa en libros, museos e incluso anuncios y camisetas. Empieza la fila con un espécimen, simiesco y cuadrúpedo, que es sucedido por una serie de individuos bípedos; los mismos que, de forma gradual, enderezan sus espaldas hasta culminar en el estirado porte del 'homo sapiens'. Este esquema es del todo incorrecto.
Andar jorobados
Los homínidos fósiles –de Etiopía a Atapuerca, de Lucy a Miguelón– no anduvieron, a semejanza del jorobado de Notre-Dame, con el lomo curvado. Mujeres y hombres marchaban erguidos como un sargento de los Royal Marines o un modelo de pasarela. Somos nosotros, los sapiens herederos del Neolítico y la Revolución industrial, los que andamos jorobados en todas las acepciones del término. Duras jornadas de trabajo en campos de cultivo o telares, así como los malos hábitos posturales ante un ordenador o volante, castigan al esqueleto. Columnas desviadas y pinzamientos están a la orden del día. Los traumatólogos ven una resonancia tras otra, y en los quirófanos saltan los meniscos mientras se colocan prótesis en fémures y pelvis. Pero la visita hospitalaria no acaba aquí; en la sala de obstetricia certificaremos que el parto humano –cesáreas, epidurales, fórceps, etcétera– es el más complicado de la historia natural. ¿Y quién tiene la culpa? ¡El maldito bipedismo!
Solía explicarse que el bipedismo tuvo su génesis en la sabana, hoy sabemos que nació en los bosques africanos hace seis o siete millones de años. Aunque de cuna forestal, es cierto que la bipedestación fue clave en la adaptación de los homínidos a las sabanas: ver por encima de las altas hierbas, liberar las manos para transportar y manipular objetos, realizar largos desplazamientos... Ahora bien, los ancestros que compartimos con nuestros primos –bonobos y chimpancés– fueron cuadrúpedos.
Evolución chapucera
Consecuentemente, sucesivas mutaciones biológicas moldearon la anatomía de estos primates hasta concluir en los primeros bípedos de la saga humana. Para ello la pelvis se hizo más corta y ancha, la columna vertebral –gracias a la aparición de curvaturas– se transformó en un muelle, el 'foramen magnum' –punto de acoplamiento de las vértebras cervicales con la base del cráneo– avanzó, y la articulación de la rodilla dejó de rotar para quedar bloqueada. Hasta aquí todo parecería una precisa obra de ingeniería si no fuera porque, como ya hemos dicho, la evolución es chapucera. Trabaja con lo que tiene. Por lo tanto, al hablar de postura bípeda –uno de los grandes hitos de la evolución humana– también debe leerse la letra pequeña.
Al igual que los mecánicos de la India son capaces de «customizar» el Tata más barato en un lujoso coche deportivo, nuestra anatomía original de cuadrúpedo evolucionó, a base de chapa y pintura, hacia el esqueleto bípedo. Un Tata, por fuera, puede acabar pareciéndose a un Ferrari, pero por más que alarguen su chasis, ensanchen los ejes y cambien la posición del volante, se trabaja a partir del bastidor y motor originales de fábrica. Con el bipedismo humano ocurrió lo mismo. Por ejemplo, al recortar la pelvis del primate ancestral conseguimos ponernos de pie, pero, «naniano naniano», esto estrechó el canal del parto. ¿Entendemos ahora las dificultades de los bebés al nacer? Además, el peso que antes se repartía entre cuatro patas pasó a ser sustentado por solo dos piernas; meniscos y caderas, desde entonces, sufren gran presión.
La chapuza aguantó bien mientras no superamos la fecha de caducidad, y es que los homínidos cazadores-recolectores del Paleolítico no solían alcanzar los 40 años. Hoy somos más longevos y, para los «productos» de la evolución, ya no existe oficina de reclamaciones... solo el paso por el taller de reparación.
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