Análisis

El jueves, ¿milagro?

En la representación del desacuerdo entre el PSOE y Unidas Podemos, Sánchez e Iglesias, Iglesias y Sánchez, al estilo de las parejas que están en las vísperas de un divorcio

El candidato del PSOE, Pedro Sánchez, en el debate de investidura.

El candidato del PSOE, Pedro Sánchez, en el debate de investidura. / periodico

Rosa Paz

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Por lo escuchado en la primera sesión del debate de investidura cabe dudar de que Pedro Sánchez vaya a ser elegido esta semana presidente del Gobierno. Ni este martes en la primera votación, que precisa la mayoría absoluta del Congreso de los Diputados (176 de los 350 votos), ni el jueves en la segunda, en la que el candidato socialista necesita tener más votos a favor que en contra. Quedan dos días, no obstante, y en ese tiempo las cosas se pueden reconducir, aunque parece que ahora están más próximas a la ruptura que al acuerdo.

En el hemiciclo seguramente solo se asistió a una representación en abierto de lo que están siendo las negociaciones entre el PSOE y Unidas Podemos para cerrar ese Gobierno de coalición, que le daría a Sánchez el apoyo de los 42 diputados de Pablo Iglesias y le abriría la posibilidad de seguir otra temporada en la Moncloa. Pero incluso en el caso de que fuera eso, el tono grave utilizado por ambos, la aparente falta de empatía, los múltiples reproches y las advertencias que se cruzaron no solo muestran la poca sintonía que hay entre los dos líderes sino que parecen indicar también que el diálogo entre las dos fuerzas está en vía muerta.

En esa representación del desacuerdo, Sánchez e Iglesias, Iglesias y Sánchez, al estilo de las parejas que están en las vísperas de un divorcio, sacaron los trapos sucios y se lanzaron frases del tipo “no nos vamos a dejar humillar”, “no vamos a tener un papel meramente decorativo en el Gobierno” o “yo ofrezco un Gobierno de coalición pero si no hay acuerdo piensen si van a votar con la ultraderecha” y otras parecidas. Hasta el punto de que el líder de Unidas Podemos desveló cómo el PSOE ha ido rechazando todas las peticiones de ministerios que ellos han hecho, no ya los de políticas de Estado como Defensa o Interior, también Hacienda, Trabajo, Transición Ecológica, Ciencia... Así que se acabó la discreción pregonada en los últimos meses y se pasó a la luz y los taquígrafos que Iglesias pedía en el 2016 para hablar con Sánchez.

El líder de Podemos, que se vio forzado el viernes pasado a renunciar al Gobierno por el veto del socialista, llegó además indignado porque el candidato a la investidura ya había mostrado en su primera intervención una gran distancia de sus posibles coaligados. Sánchez empezó pidiendo la abstención a PP y Ciudadanos y ninguneando al partido de Iglesias al que solo mencionó en el minuto 93 de su discurso. Dedicó además sus réplicas y contrarréplicas con Pablo Casado y Albert Rivera a insistirles en que facilitaran la formación de un Gobierno.

Parecía una estrategia dirigida a armarse de argumentos para responder a lo que será el discurso clave de la oposición si finalmente resulta investido con los votos de Podemos y la abstención de ERC y Bildu. Pero tras su pulso público con Iglesias parecería que realmente lo hizo porque ve la investidura en el aire y cualquier vía para garantizarla le parece mejor que repetir las elecciones. Mientras, las negociaciones siguen y el jueves se sabrá si por fin hay milagro, es decir, Gobierno.