Desaliento tras el entusiasmo electoral
De Neander, Denísova y Sapiens
El panorama que emerge en Barcelona, Madrid, Catalunya o España dibuja un 'déjà vu', que remite a una etapa que creíamos superada y que provoca una nostálgica sensación crepuscular
Josep Oliver Alonso
Catedrático de Economía Aplicada (UAB) y codirector de EuropeG.
Josep Oliver Alonso
Tras el entusiasmo electoral, el desaliento: el panorama que emerge en Barcelona, Madrid, Catalunya o España dibuja un 'déjà vu', que remite a una etapa que creíamos superada y que provoca una nostálgica sensación crepuscular. Cierto que la profunda división de las sociedades catalana y española forma parte de la naturaleza de las cosas, aunque no por ello deje de ser deprimente. En particular, cuando se toma en consideración hasta qué punto son mitos los que dirigen la acción colectiva: en lo verdaderamente relevante, ni hay diferencias sustanciales ni verdades absolutas.
Hace menos de una década, paleontólogos insignes postulaban que los neandertales eran poco menos que estúpidos, y cualquier tesis de cruce con el 'Homo sapiens' parecía aberración. Ese era el mito del origen de los humanos: su excepcionalidad y su unicidad. Ha tenido que ser el ADN el que haya mostrado que no hace tanto nos emparejamos con aquellos y que, justamente nosotros, somos los frutos bastardos de esa relación. Para complicarlo más, los restos de denisovanos encontrados en el 2010 en Siberia han mostrado que estos también se aparearon con sapiens y neandertales, y que parte de sus genes continúan viviendo en nosotros. Esa fascinante historia de cruces y contracruces entre distintos grupos de humanos es la que cuenta David Reich (2018) en su 'Who we are and how we got here' (Quiénes somos y cómo llegamos aquí), en el que sintetiza los descubrimientos sobre nuestros orígenes del equipo de Svante Päävo, del Max Plank Institute. Conclusión: el mito bíblico de la excepcionalidad de los sapiens arrojado al cubo de la historia. Somos mestizos, y de una forma radicalmente más profunda de lo que jamás hubiéramos podido imaginar.
Nuestra inalterable identidad
Todos somos hijos del mestizaje. Y no solo por esos lejanos emparejamientos. Más recientemente, en la expansión de los 'dos mil', experimentamos fuertes entradas de inmigrantes que han dejado profundas huellas: hoy en España, un 20% de los individuos de 20 a 40 años no ha nacido aquí, mientras en Catalunya, y para los de 25 a 44 años, ese peso se eleva a un notable 27%. Pero ese es un impacto que no queremos reconocer, porque afecta a otro mito: nuestra inalterable identidad.
Superada la crisis, volvemos a atraer inmigración: el INE estima que, en la próxima década, llegará un contingente neto de unos 2,5 millones, de los que cerca del 20%-30% recalarán en Catalunya. ¿Cuál será su impacto? En el 2005 publiqué un volumen ('España 2020: un mestizaje ineludible') en el que resumía el proceso en el qué nos encontrábamos y cuyas tesis pueden extenderse a lo que nos aguarda. Es decir, dada su relación con el empleo, la inmigración en España para el grupo de 25 a 44 años aumentará en la próxima década del 20% que representa hoy a más del 30%. Para Catalunya, el impacto será más intenso: en el 2030, cerca del 44% de los residentes de 25 a 44 años no habría nacido en España. Estamos embarcados en un mestizaje inevitable. Pero ese mestizaje parece inexistente: ni se le ve ni se le oye. Su inexistencia es otro mito más.
El lector preguntará, ¿no hablábamos de elecciones? Cierto. Pero esta excursión al pasado remoto y a la inmigración destaca algo sustancial para el debate actual: en los grupos humanos, la norma es el mestizaje. Pero, ¡ay!, de la genética a las ideas parece haber un océano insalvable: si algo destaca en el conflicto catalán que nos abruma es la radical separación de grupos atendiendo a su pureza ideológica o identitaria. Y este no es un aspecto que emerja solo en Catalunya, donde un sector no menor del independentismo ha hecho de ella bandera de exclusión; también en el resto de España cuecen habas, aunque allí parezca menos evidente porque esa visión la genera el colectivo dominante.
Hoy ser catalán o español pondría en dificultades insalvables a muchos de los defensores de sus esencias
¿Son reales los mitos de esa identidad catalana? ¿Lo es el de la nación española? Sé que formulo estas preguntas a beneficio de inventario, aunque la respuesta a lo que es hoy ser catalán o español pondría en dificultades insalvables a muchos de los defensores de sus esencias.
Una vez se disipe el polvo provocado por la tempestad del 1 de octubre, la represión subsiguiente, la cárcel preventiva, el juicio, las penas que se esperan y la liberación final de los presos, ¿qué nos quedará? Más división, porque el problema catalán, y las líneas rojas trazadas, no permiten vislumbrar solución. Pero ello no debería obstar para que, en un momento de transitoria lucidez, reconocer que la brecha generada es resultado de mitos diversos. Pero, ay, así funcionamos los humanos.
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