Por una Barcelona más sostenible
Lista para el verano
Deberíamos tomar medidas antes de que el asfalto de BCN se derrita, como en algunas calles de Delhi. El doble de verde y menos plástico, menos aire acondicionado y la mitad de asfalto son objetivos posibles
Maria Rubert
Arquitecta. Catedrática de Urbanismo (UPC)
Maria Rubert
La ciudad se pone a punto. Las terrazas de bares y los bancos se llenan de gente y hay más alegría en calles y plazas. Sin embargo, la afluencia de visitantes conlleva sobrepresión en el espacio público. Sombrillas y toallas invadirán las playas. Ruidos y humos se multiplican. El aumento de desechos y la mayor utilización de plásticos multiplican los residuos tóxicos. Las altas temperaturas hacen más difícil la gestión de los consumos de energía. Algunas medidas podrían contribuir a mejorar la situación.
1. Con el calor vendrán algunos apagones por el alto consumo de aires acondicionados en grandes superficies y comercios. Consumo que se dispara también en viviendas, especialmente en aquellas zonas donde el ruido impide abrir las ventanas por la noche. El aire frío expulsa el calor a la calle y por lo tanto aumenta la temperatura del entorno. Es por ello que es importante apoyar los sistemas pasivos en los edificios, como la ventilación cruzada o recuperar la persiana, para controlar la temperatura ambiente. Una primera medida, ejemplar, sería reducir a la mitad el aire frío en los edificios institucionales.
2. El consumo más desordenado y la comida en la calle hace que los residuos aumenten exponencialmente durante el verano. Impulsado por iniciativas como la semana sin plástico, el sector de la alimentación incorpora materiales alternativos para empaquetar. Las cualidades del plástico no justifican su proliferación abusiva que acaba construyendo arrecifes en el mar, organizando montañas tóxicas y embadurnando paisajes. Del mismo modo que se pagan las bolsas y esto ha cambiado los hábitos, es oportuno aplicar al producto el costo de lo que significa reciclar el envase. Si por ejemplo el agua en bares, restaurantes y chiringuitos, como ocurre en Francia o EEUU, fuera distribuida en jarros y su coste incorporado al consumo como un canon, reduciríamos millones de botellas. El plástico es fundamental para el desarrollo de muchas actividades, pero no es inocuo.
Sincronizar semáforos, como en la calle de Aragó, fue una idea genial que no tiene ningún sentido hoy
3. Multiplicar las zonas de sombra en el espacio público es una medida urgente si no queremos recalentar más el entorno. En las carreteras hay que volver a plantar los árboles alineados, arrancados los años 60, que transformaron caminos intransitables en espléndidas rectas arboladas. Esto conllevará trayectos más bonitos y mayor confort en los viajes. En la ciudad compacta quedan atrás los años en que el espacio público se llenaba de pérgolas ingeniosas, árboles metálicos y farolas decorativas. Hoy, las ciudades multiplican los árboles para contribuir a la reducción del efecto invernadero y controlan la proliferación de farolas para rebajar los niveles de contaminación lumínica. Donde no se pueden plantar árboles, porque hay trenes debajo, pueden colocarse entoldados y emparrados, como es tradición en ciudades como Sevilla, acostumbradas a lidiar con el sol.
4. Una medida paralela a la ampliación de zonas de sombra es desasfaltar calles. El asfalto negro contribuye a aumentar de manera brutal las temperaturas. Hace unos décadas las calles eran de adoquines. Se pavimentaron más tarde con asfalto, y más recientemente con asfalto rugoso que amortigua los ruidos de los coches. Una medida relevante dado que la velocidad de circulación en Barcelona es la más alta de Europa, con calles como Aragó en la que es posible cruzar a más de 70 km/h el centro de la ciudad. Sincronizar semáforos para mejorar la fluidez fue una idea genial hace 30 años que no tiene ningún sentido hoy.
Actualmente tenemos que deshacer el camino y volver a hacer permeable y verde el suelo de la ciudad. «'Sous les pavés, la plage!'» (¡Bajo el pavimento, la playa!), fue el eslogan poético de la protesta del 68 en París, donde siguen las calles adoquinadas como en Lisboa o en Buenos Aires, complicando la vida a los coches.
Desasfaltar la mitad de las calles del Eixample y dejar que el suelo transpire sería un cambio sustancial. Cada cruce puede ser una plaza con 16 árboles más en el centro y aceras amplias como se está implantando frente a las escuelas, cada calle puede reducir a dos los carriles de circulación –uno para transporte publico y otro para vehículos varios–. ¿Imaginan el cambio ambiental y estético, si una calle como Urgell, con una calzada de 16 metros de asfalto negro, desasfaltara la mitad y plantara un río verde de ocho metros de ancho hasta el mar?
Deberíamos tomar medidas antes de que el asfalto se derrita, como en algunas calles de Delhi. El doble de verde y menos plástico, menos aire acondicionado y la mitad de asfalto son objetivos posibles.
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