La muerte digna

Todas las pérdidas de María José

Con su muerte, parecía que María José Carrasco ya no podía perder nada más. La Audiencia Provincial de Madrid le ha robado su último deseo

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Emma Riverola

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Ocurrió en 1989. Él nunca olvidó aquel momento. Imposible borrar el anuncio del diagnóstico. Su compañera padecía esclerosis múltiple. Desde entonces, la vida se convirtió en una carrera de obstáculos en la que siempre perdían. Ella batallaba contra una enfermedad cruel. Él se iba convirtiendo en las piernas de ella, en sus manos. Mientras, todo lo propio iba quedando arrinconado con esa entrega y esa soledad que solo los cuidadores conocen. El agotamiento del cuerpo, las noches en vela, la nostalgia de antes, y ese embrollo de emociones que tantas veces se confunden. La libertad, cada día más chica, enterrada bajo un cúmulo de cuidados. La tristeza, cada vez más grande y más gris, dueña de la casa y del pensamiento.

Durante 36 años, Ángel Hernández cuidó de María José Carrasco, cada vez de forma más completa. La enfermedad se la fue comiendo y solo sumaba incapacidades. Al fin, casi no podía ni tragar ni hablar. Ella quería morir. Exigía morir. Y él llegó donde este país aún no ha sido capaz de llegar. En un último acto de entrega y dolor, le suministró las sustancias que la matarían. No quiso hacerlo a escondidas, como se hace, sino convertirlo en un último acto de dignidad para reivindicar una ley de la eutanasia que no llega.

La Audiencia Provincial de Madrid ha ordenado que la muerte de María José sea instruida en un juzgado de violencia contra la mujer. Las manos que acabaron con la vida de María José estaban llenas de amor, cuidado, respeto y dignidad. ¿Qué clase de justicia es esa que no es capaz de apreciarlo? Quizá todo sea más perverso, quizá sea un escarmiento al hombre que no quiso esconderse. En ese caso, aún es más doloroso. Hay algo peor que negar la violencia de género. Banalizarla, confundirla, prostituirla con sucesos que nada tienen que ver es el último golpe a tantas mujeres asesinadas, perseguidas y humilladas por el machismo. Con su muerte, parecía que María José ya no podía perder nada más. La Audiencia le ha robado su último deseo.