Análisis

Sobredosis electoral en Israel

Tanto si Netanyahu es reelegido como si se impone la coalición Azul y Blanco, los palestinos serán los grandes perdedores

Ilustración de Leonard Beard

Ilustración de Leonard Beard / periodico

Ignacio Álvarez-Ossorio

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Los votantes israelís tendrán que acudir nuevamente a las urnas el próximo 17 de septiembre. Benjamin Netanyahu, que el próximo mes se convertirá en el primer ministro más longevo de la historia de Israel, no ha logrado reeditar la coalición gobernante y, por lo tanto, deberá jugarse el todo por el todo para conseguir conservar el poder en unos nuevos comicios. La gota que ha colmado el vaso ha sido la pretensión de su antiguo aliado Avigdor Liberman, líder del partido laico Israel Nuestra Casa, de que los ultraortodoxos 'haredim' (literalmente, ‘los temerosos de Dios’) se vean forzados a realizar los tres años de servicio militar obligatorio y no pueden sustituirlos por los estudios talmúdicos, tal y como hacían hasta ahora. Tal demanda, tachada de oportunista por algunos y vista como un intento de preservar la laicidad del Estado por otros, ha suscitado la ira de los partidos religiosos, indispensables para garantizar la gobernabilidad de Israel.

Netanyahu no va a tener nada fácil revalidar su victoria de las elecciones de abril, en las que el Likud obtuvo 35 escaños: su mejor resultado electoral en los últimos 15 años. El hecho de que su histórico rival, el Partido Laborista, quedara condenado a la irrelevancia al obtener tan solo seis escaños, los peores resultados de su historia, sin duda hizo dicha victoria mucho más dulce. Ahora deberá hacer frente no solo a un proceso judicial por corrupción y abuso de poder que amenaza con poner punto final a su carrera política, sino también al hartazgo del electorado, que reprueba sus intentos para aprobar una ley de inmunidad que le blinde ante la justicia. La coalición Azul y Blanco, que ya demostró su capacidad de movilización al obtener 35 escaños en las pasadas elecciones, podría aprovechar esta segunda oportunidad que se le presenta para tratar de aglutinar el voto de descontento contra Netanyahu.

Pase lo que pase en las elecciones de septiembre, los palestinos serán, una vez más, los grandes perdedores. La reelección de Netanyahu implicaría el mantenimiento de la política actual, basada en la colonización intensiva de Cisjordania, el bloqueo de Gaza y la judaización de Jerusalén Este. Incluso la situación podría empeorar aún más en el caso de que el mandatario aproveche la actual coyuntura para anexar los grandes bloques de asentamientos en los que viven medio millón de colonos, como prometió durante la pasada campaña. Los dirigentes de Azul y Blanco tampoco representan una esperanza precisamente, dado que la mayor parte de ellos son altos mandos del Ejército israelí curtidos en las últimas ofensivas contra Gaza. El general Benny Gantz, su líder, dirigió en el 2014 la campaña 'Margen protector' que dejó 2.205 muertos palestinos (1.563 de ellos civiles) frente a las 71 víctimas israelís (solo seis civiles). Moshe Yaalon, otro peso pesado de la coalición, definió a los palestinos como “un cáncer”.

Sintonía con Trump

En la larga precampaña electoral que ahora arranca, Netanyahu intentará sacar partido de su sintonía con el presidente Donald Trump y su yerno Jared Kushner, un judío ortodoxo al que se ha encargado el dosier árabe-israelí. La publicación del ‘pacto del siglo’, en el que viene trabajando desde hace dos años, podría acelerarse para tratar de impulsar la candidatura de Netanyahu, puesto que el proyecto estadounidense recoge, a pies juntillas, los postulados de la ‘paz económica’ del mandatario israelí: renuncia de los palestinos a su proyecto nacional a cambio de inversiones provenientes de los países del Golfo.

Netanyahu también intentará desplazar la atención hacia Irán presionando a Trump para que pase de las palabras a los hechos y lance una ofensiva contra el país persa. Para ello no solo cuenta con el apoyo de los halcones de la Administración de Trump -John Bolton, el consejero de seguridad nacional, y Mike Pompeo, el secretario de Estado-, sino también con el respaldo de dos pesos pesados en la región: Arabia Saudí y Emiratos Árabes. Sus príncipes herederos -Muhamad Bin Salman y Muhamad Bin Zayed- son partidarios de crear un frente común con Israel para plantar cara a Irán, que en los últimos años ha jugado inteligentemente sus bazas para extender su influencia regional. Lo que todavía está por ver es si, para lograrlo, estarán dispuestos a normalizar plenamente sus relaciones con el país hebreo y traicionar la causa palestina, lo que podría tener un enorme coste político e, incluso, llegar a costarles la corona.