LA RUEDA

La conga en el Everest

La sociedad posindustrial representa la época del apelotonamiento y el exceso

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OLGA MERINO

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Habrán visto la imagen desconcertante de una recua de alpinistas en el intento de alcanzar el picacho del Everest, una detrás de otro, como si estuvieran bailando la conga. La fotografía es del 23 de mayo; la tomó Nirmal Purja, un experimentado escalador nepalí que, en vista del atasco, y consciente de que, a 8.000 metros de altura, el cerebro se aplatana como algodón empapado en éter, se puso a ordenar el caos para que la cresta no acabara convirtiéndose en una ratonera mortal.

Algunos montañeros, no obstante, perecieron en el intento. La laxitud en la concesión de permisos de escalada, el abaratamiento sin escrúpulos de la expediciones y el ego trip del «yo estuve allí» han acabado por convertir el Everest en una especie de Mac Disneylandia, cuando, al principio del principio, coronar el techo del mundo, la proeza de sobrevivir en un infierno de hielo, estaba reservada únicamente a los mejores. La lucha de un puñado de hombres solos.

Empujones y codazos

Mientras,  el museo del Louvre tuvo que cerrar este el lunes por la huelga de los vigilantes de seguridad, agotados de coordinar día tras día una aglomeración imposible de turistas. La sala donde se exhibe La Gioconda recibe la locura de 20.000 visitas al día. ¿Qué sentido tiene contemplarla entre empujones y codazos? Es probable, además, que la Mona Lisa apenas se vislumbre de refilón y a través de la pantalla de algún móvil más alto que el propio. Por supuesto, todo el mundo tiene derecho a disfrutar del arte, pero parece que ya no se trata de una experiencia enriquecedora de fuera hacia dentro, sino al revés: lo importante es instagramearla. El mogollón resta profundidad.       

La sociedad posindustrial representa la época del apelotonamiento y el exceso, de los océanos devorados por toneladas de plástico, de la proliferación de basura en las redes, de la mentira transformada en posverdad política. Mientras el ciudadano, apabullado y sin brújula, va bailando al son que mejor le tocan, «la conga de Jaruco ahí viene arrollando».