LA CLAVE

Un selfie con George Mallory

La sobrexplotación del Everest no deja de ser otro rostro de la era del turismo de masas desbocado

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JOAN CAÑETE BAYLE

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Es una de esas fotos que definen una era: unos 250 alpinistas haciendo cola para coronar el Everest, como si fuera el Dragon Khan en Port Aventura. Dotados con  equipos de escalada modernos, equipados con el vital oxígeno y con la ayuda indispensable de sherpas, muchos de ellos son turistas de altos vuelos capaces de pagarse el capricho de coronar la montaña más alta del mundo. Pero el Everest no es cosa de broma: el mismo día en que el exsoldado nepalí Nirmal Purja tomó la fotografía, dos personas murieron en la montaña, una mientras trataba de tomar una foto, la otra durante el descenso.

La sobrexplotación del Everest no deja de ser otro rostro de la era del turismo de masas desbocado. De la misma forma que en las ciudades el turismo sin control arrasa con el ecosistema peculiar que paradójicamente es lo que ha atraído a tantas personas (visítese, sin ir más lejos, Ciutat Vella), en el Everest la masificación del alpinismo destruye la leyenda que con su esfuerzo e inclusos sus vidas construyeron durante años verdaderos alpinistas.

Muerte en la montaña

Los alpinistas británicos (y sus sherpas) que entre los años 20 y 30 trataron sin éxito de alcanzar la cima escribieron algunos de los principales capítulos de la leyenda de la montaña. Insuflados del espíritu explorador (y conquistador y colonial) británico, equipados con ropa inadecuada para la alta montaña y cargados con equipos de oxígeno pesados y precarios que eran muy difíciles de usar, uno tras otro los expedicionarios se estrellaron contra la montaña.

La  leyenda más conocida la protagonizaron George Mallory  y Andrew Irvine, que en 1924 desaparecieron en las inmediaciones de la cima.  Si lograron coronarla es un misterio que no se resolvió ni cuando en 1999 se encontró el cadáver congelado de Mallory. El alpinista llevaba una cámara con él. Si se hallara, y si el negativo no se ha deteriorado, el misterio se resolvería, ya que de alcanzar la cima hubieran tomado una foto.

Nada que ver ese selfie con las de los alpinistas-turistas que, atraídos por la mística de Mallory y tantos otros, han convertido el Everest en un circo turístico más. Caro y peligroso, pero circo.  Ya lo cantaba el gran Javier Krahe: "Cuando todo da lo mismo, ¿por qué no hacer alpinismo?"