ANÁLISIS
¿Qué ha sucedido en la Cambra de Comerç?
Jordi Alberich
Economista
Jordi Alberich
El cambio en la cúpula de la Cambra de Comerç ha dejado estupefacto al establishment barcelonés. Si bien la incidencia real de la Cambra en la economía es menor, su simbolismo es enorme. Y, en las circunstancias actuales, era vista por muchos como una pieza clave en la recomposición del maltrecho poder económico catalán. Una estrategia que buscaba el consenso y se sustentaba en el apaciguamiento, la estabilidad política y la previsibilidad normativa. Y cuyo primer objetivo sería el retorno de sedes que se trasladaron en los momentos más álgidos del procés.
Sin embargo, las aspiraciones de quienes han ganado las elecciones no pueden ser más diferentes. Parte de su éxito se ha sustentado, precisamente, en considerar cuasi traidoras a las compañías que cambiaron de sede. Se enorgullecen de su salida y las consideran innecesarias para la economía catalana. Todo ello en el marco del gran objetivo de romper vínculos con España.
No pretendo valorar a los nuevos dirigentes de la entidad, sino entender el porqué de dicha victoria, tan arrolladora como inesperada. Creo que dos son las razones. De una parte, el sistema electoral. Las elecciones a la Cambra no han despertado, tradicionalmente, mayor interés, pues eran unos escasos miles, o centenares, quienes participaban en las mismas. De repente, el universo se ha ampliado a cerca de medio millón de posibles votantes, de modo que tiene idéntico valor el voto del taller que ocupa a dos personas que la misma Seat, la primera industria del país.
Frente a la pasividad de las empresas medianas y grandes, la movilización de autónomos y microempresas, a través de mecanismos que la ANC ya venía utilizando para objetivos políticos, ha llevado a una victoria aplastante, habiendo votado un 4% del censo.
De otra, desde hace muchos años, se viene abonando el terreno para una candidatura como la ganadora. Frente al candidato Tusquets, que representaba la tradición y la voluntad de recomponer equilibrios perdidos en la relación con España, la candidatura liderada por Crous, con el apoyo explícito de Pimec y no tan evidente pero indiscutible de FemCat, incorporó una lectura en clave nacionalista, y un tono vehemente con las compañías que habían trasladado su sede, y con la gran empresa en general.
Estas dos pulsiones, la nacionalista y el enaltecimiento de la pyme, en detrimento de la gran empresa, han ido arraigando, desde hace décadas, en el seno de la burguesía catalana. Ahora, al amparo de un intenso proceso electoral, se han desatado las pasiones y se han expresado claramente, incluso obviando las tradicionales buenas formas.
Si una corriente relevante del empresariado conservador estimula el soberanismo y el rechazo a la gran empresa, ¿es de extrañar que quien se beneficie sea la alternativa más radical? Más que criticar la nueva orientación de la Cambra, quizás convendría reflexionar acerca del papel de determinada burguesía en los últimos tiempos. Aquella que, curiosamente, hoy tanto se alarma por la nueva Cambra.
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