Por un futuro compartido

Barcelona, la ciudad de los sueños

Barcelona puede ser tan grande como solo puede ser Barcelona... O puede escuchar cantos de sirena, bajar los párpados, dejar que se desvanezca el sueño de tantos que la soñaron, que la sueñan, y permitir que en sus orillas se levanten empalizadas

Vistas al parque dels Tres Turons desde el Turó de la Rovira.

Vistas al parque dels Tres Turons desde el Turó de la Rovira. / RICARD CUGAT

Emma Riverola

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Barcelona puede ser tan grande, tan infinita como los sueños. Con puentes que superan el Besòs y el Llobregat, pero que también son capaces de unir pensamientos, que son las orillas de las ideologías. Puentes pavimentados con losetas de Gaudí, para que recordemos que todos miramos a un mismo mar, pero sin dragones amenazadores ni centinelas que vigilen los pasos y pidan salvoconductos de pureza. Puentes que unan acentos, tierras, pieles y pasados, que todos confluyan y que todos fluyan hacia un futuro compartido.

Barcelona puede ser tan grande que no tenga fronteras. Que sea polo, imán y proyección de vida, de ideas. Tan abierta que las voces de los predicadores de las verdades absolutas sean arrastradas por los vientos… hasta quedar enterradas en el mar. Tan libre que no pertenezca a nadie, tampoco a los usureros que la hieren en busca de filones de oro. Tan prodigiosa que acoja a todos, a quienes llegan perdidos entre los restos de un naufragio, a quienes (sobre)viven con la amenaza del desamparo.

Barcelona puede ser tan grande que quepan todas las letras, todas las notas y todos los movimientos. Un inmenso escenario donde nos contemos historias, tan viejas como la humanidad, tan nuevas como la imaginación de un niño. Historias que acallen el ruido de las consignas y nos recuerden cuál es el verdadero y eterno pálpito de la vida.  

Barcelona puede ser tan grande como solo puede ser Barcelona... O puede escuchar cantos de sirena, bajar los párpados, dejar que se desvanezca el sueño de tantos que la soñaron, que la sueñan, y permitir que en sus orillas se levanten empalizadas. Vallas de alambre de espino que atrapan el pensamiento y lo dejan ahí, atascado, varado como una ballena extraviada. Sin reflexiones, sin matices, sin contrastes, las ideologías se vuelven mandonas y caprichosas e infectan el aire del ácido de la intolerancia. Entonces, vuelve todo lo malo. Los dragones despiertan y cubren las calles de fuego y ceniza. ¿Quién quiere vivir en una pequeña ciudad de sueños envenenados?