Análisis

Otro desafío de Maduro

La propuesta de celebrar elecciones legislativas tiene poco que ver con las aspiraciones de la oposición

Nicolás Maduro en un acto con niños de familias pobres en el palacio de Miraflores.

Nicolás Maduro en un acto con niños de familias pobres en el palacio de Miraflores. / periodico

ALBERT GARRIDO

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La propuesta de Nicolás Maduro de celebrar elecciones legislativas para renovar la Asamblea Nacional, donde la oposición tiene una aplastante mayoría, tiene poco que ver con las aspiraciones de los seguidores de Juan Guaidó y Leopoldo López, que reclaman la convocatoria de elecciones presidenciales para despachar al presidente en ejercicio. Mientras en Oslo se desarrolla una inconcreta negociación entre representantes del presidente en ejercicio y de una parte de la oposición, de perfil difuso, la oferta de Maduro quiere que sirva para medir su fuerza con sus adversarios mediante unas elecciones a un Parlamento que él mismo degradó en 2017 al promover la creación de una Asamblea Nacional Constituyente en la que solo tienen asiento diputados chavistas.

El hecho es que el Tribunal Supremo, al servicio del régimen, declaró en desacato la Asamblea Nacional en 2017, una treintena de sus integrantes están incursos en procesos judiciales de diversa índole y la Constituyente nació con el único fin de neutralizar la Cámara que no puede controlar. Puede decirse que la Constituyente, encargada de redactar una nueva Carta Magna de la que nada se sabe, nació como una asamblea más propia de un régimen de partido único que de una democracia, y que su legitimidad está en discusión desde el primer día al impugnar la de la Asamblea Nacional, la limpieza de cuya elección nadie puso en duda. Por lo demás, la tendencia a la duplicidad institucional cuando el régimen pierde el control de alguna instancia de poder es una constante en la Venezuela legada por Hugo Chávez y sometida a la guía ideológica de Diosdado Cabello, por completo ajena a los usos de un sistema deliberativo.

Elección con garantías

Lo que reclama Guaidó, presidente encargado, y apoyan Estados Unidos y otros 54 países es la convocatoria de una elección presidencial con garantías que restituya la legitimidad de la jefatura del Estado y, al mismo tiempo, sanee la política, atienda las necesidades más perentorias y dé por concluido el experimento bolivariano. Es impensable una regeneración del Estado a cargo de Maduro y sus allegados; es poco menos que una caricatura de propuesta ofrecer la celebración de unas legislativas para elegir un Parlamento sometido a vigilancia por otro Parlamento de naturaleza partidista.

La última encuesta de Datanálisis revela que el 54% de los venezolanos no cree que dé fruto una negociación política y el 56% sí cree, en cambio, que un acuerdo político diferente a las negociaciones de Oslo puede sacar al país del atolladero. Lo que ofrece Maduro no es ni una cosa ni la otra, sino una iniciativa personal sin la necesaria complicidad o acuerdo de la oposición, cuya capacidad de movilización o resistencia se ha manifestado menos potente de lo que se intuía desde el mismo momento en que Guaidó y López activaron los resortes para un rápido desenlace de la crisis. Aquella pretendida rapidez brilló por su ausencia y ahora Maduro se siente con fuerzas para ofrecer una "solución pacífica" que tiene mucho de desafío.