ELECCIONES EUROPEAS

El secuestro de Europa

La campaña europea, a manera de segunda vuelta de las generales, priva a los electores del debate de fondo sobre los grandes retos de la UE

El Parlamento Europeo, durante una sesión plenaria en Estrasburgo.

El Parlamento Europeo, durante una sesión plenaria en Estrasburgo. / periodico

Rafael Jorba

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El rapto de Europa era un mito: Zeus, transformado en toro blanco, seducía a la princesa fenicia en una playa de Sidón para transportarla a Creta, donde se convertiría en la reina de la isla. El secuestro de Europa es hoy una realidad: el calendario electoral sitúa las europeas del 26-M como segunda vuelta de las generales del 28-A y los partidos la afrontan como una reválida o como la repesca.

El secuestro de Europa, utilizada sólo en clave instrumental, priva a los electores del debate sobre los grandes retos europeos, con el telón de fondo del auge de los nacionalpopulismos. Afortunadamente, la ciudadanía no ha perdido la memoria: el último Eurobarómetro confirma que España sigue siendo uno de los países más europeístas (el 83% de los españoles se sienten ciudadanos europeos frente al 71% de la media de la UE).

Europa vive atenazada entre los populismos y la tecnocracia, con una derecha que se limita a gestionar los miedos y una izquierda que renunció a administrar las esperanzas. Sin embargo, los españoles no han olvidado el caudal de solidaridad que representó el ingreso en la entonces Comunidad Económica Europea el 1 de enero de 1986: los fondos europeos han supuesto el 0,8 % del PIB durante veinte años, es decir, el plan Marshall del que no nos beneficiamos en su día.

La entrada en Europa representó también la homologación de nuestra democracia y el acceso al mayor espacio de libertad política, progreso social y prosperidad económica de la historia contemporánea. "Nunca habían tenido tantas personas tantas oportunidades vitales", dijo Ralf Dahrendorf. Después, en las épocas de vacas flacas, la Unión Europea ha sido la red de seguridad, tanto en el plano político como en el socioeconómico, que ha amortiguado el impacto de la última crisis.

De lo contrario, Europa se hubiera podido encaminar a un escenario de fractura traumática como el que vivió en los años treinta del siglo pasado. Hay que recordar, como dejó escrito Tony Judt, que los padres de la UE -democristianos y socialdemócratas- levantaron en la posguerra el modelo social europeo, es decir, el instrumento que vinculó las clases medias a las instituciones de la democracia liberal.

El diagnóstico de Judt era concluyente: “Fue el temor y la desafección de la clase media lo que había dado lugar al fascismo. Volver a atraerla a la democracia fue, con mucho, la tarea más importante de los políticos de la posguerra, y en absoluto fácil”. Y esta es también ahora, cuando el impacto de la crisis y el miedo a la globalización han desatado de nuevo el vértigo de las clases medias, la tarea de los líderes de la UE: restaurar el contrato social de referencia.

He aquí la asignatura pendiente de los partidos en la campaña europea. La ciudadanía la ha aprobado: el auge de la ultraderecha (Vox) ha quedado acotado (10 % en las generales). En Francia, por ejemplo, el partido de Marine Le Pen se impuso ya en las europeas de hace cinco años (24,9%) y ahora disputa la victoria al partido del presidente Macron. ¿Por qué no ponemos en valor nuestros activos?