dos miradas

La huella

Al cabo de los años, todo se habrá borrado y quizá habremos vuelto a ser felices con el fútbol, pero permanecerá para siempre en la memoria la huella funesta de aquella noche en Anfield

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Josep Maria Fonalleras

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Lo peor de una derrota es tener que compartirla al día siguiente. Puede que hayas visto el partido con amigos, puede que lo hayas sufrido en soledad, pero llega un momento - después de la hecatombe - que estás solo de verdad. Es ese instante en que recuperas las jugadas malogradas, las pifias, los errores infantiles, la falta de coraje. Toda la película pasa por delante de tus ojos y no quieres estar pendiente de nada que te hable del derrumbe. En casa, solitario, intentas encontrar explicaciones y piensas, también, que el fútbol no es tan importante y que hay cosas mucho más trascendentales y que no vale la pena vivir en la tristeza por un juego que "es popular", como decía Borges, "porque la estupidez es popular".

Pero llega el día siguiente y todos los que han visto el partido - cada uno en un ámbito íntimo, una ceremonia particular - tienen una cierta necesidad de convertirse en cómplices, de buscar la barricada de la solidaridad grupal ante el empuje furibundo del recuerdo de la noche anterior. Está la herida y, con la voluntad de lamerla, terminan hurgando en el dolor, cuando lo más sensato sería ir por el mundo haciendo ver que aquel "deporte inventado por los ingleses, uno de sus crímenes más execrables", ni te interesa ni afecta a tu ecosistema sentimental. Al cabo de los años, todo se habrá borrado y quizá habremos vuelto a ser felices con el fútbol, pero permanecerá para siempre en la memoria la huella funesta de aquella noche en Anfield.