¡Silenciemos el ruido!

Los hay que quisiéramos que cada día fuera el día de concienciación sobre la contaminación acústica

Tráfico en la Ronda de Dalt de Barcelona.

Tráfico en la Ronda de Dalt de Barcelona. / RICARD CUGAT

Núria Iceta

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Esta semana pasada ha tenido lugar la Semana sin Ruido, una iniciativa del Ayuntamiento de Barcelona y la Generalitat de Catalunya que por tercer año consecutivo pretende concienciar a la ciudadanía sobre el impacto ambiental que genera la contaminación acústica.

Lo había visto hacía días en las banderolas de la calle y pensé, uy, con Sant Jordi y las elecciones, tendremos ruido de sobra. Pero bueno, los hay que quisiéramos que cada día fuera el Día Internacional de la Concienciación sobre el Ruido. Somos los que sufrimos misofonía, un trastorno que significa literalmente aversión o hipersensibilidad selectiva al sonido, ya sea por exceso de volumen o por repetición, que provoca ansiedad y en casos extremos ataques de ira o confinamiento en casa. El ruido al masticar, el clic compulsivo del mecanismo de un bolígrafo, el celofán de un caramelo, una silla que se arrastra, un tono de voz o el llanto desconsolado de un bebé suelen ser molestias habituales. Pero eso es cosa mía, lo que es cosa de todos es el volumen de la megafonía de un vagón de metro, de una competición deportiva en la calle, la música que sale de los auriculares de las orejas del vecino, los pequeños demonios sobre ruedas que trepanan aceras y abonan parterres, la manía de la música de fondo que impide mantener una conversación con un volumen civilizado.

Yo he podido pasar unos días de vacaciones en un entorno de silencio privilegiado, pero lo que es realmente difícil es hacer silencio en medio del ruido. Escuchar el silencio entre las palabras que se pronuncian con la contundencia de la verdad y la honestidad sin necesidad de gritos, el silencio entre los muros de Sant Pau del Camp en medio del ruido de una calle del Raval. La Semana sin Ruido también es la que hemos pasado aguantando la respiración para saber hasta dónde llegaría el avance de la <strong>extrema derecha</strong> y de los discursos del odio. Y aquí estamos, con más ganas que nunca de dar voz a los que la tienen silenciada, de escuchar a los que nunca gritan, de sentarnos alrededor de una mesa, sin arrastrar las sillas, si puede ser.