El conflicto catalán

¿Saldremos de esta alguna vez?

Los solo catalanes y los solo españoles tienen en común que confunden emotividad con ideología

El Govern de Carles Puigdemont, en el pleno en el que se aprobó la declaración de independencia, el pasado 27 de octubre.

El Govern de Carles Puigdemont, en el pleno en el que se aprobó la declaración de independencia, el pasado 27 de octubre. / JULIO CARBÓ

Jordi Nieva-Fenoll

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Escribo estas líneas mientras estoy atrapado en un avión de vuelta a Barcelona. El piloto nos ha dicho que había restricciones aéreas debidas al mal tiempo, pero ya llevamos una hora dentro del avión y empieza a cundir la sensación de que nos están engañando. No podemos preguntar a nadie, porque no nos fiamos de nadie. Miramos las previsiones meteorológicas de alguna página de internet que suele equivocarse. No sabemos si llegaremos a casa esta noche, ni qué cenaremos ni dónde dormiremos. No es tan mala nuestra suerte. Muchos en el mundo tienen ese mismo pensamiento cada día, y demasiadas veces no lo acaban. Nosotros, en cambio, sabemos que más antes que tarde acabará nuestra puntualísima zozobra.

Hay incertidumbres que se arrastran y se arrastran y tampoco se sabe a quién preguntar ni dónde informarse, como ocurre a veces en política y está sucediendo con el 'brexit'. El hecho real es que un sector importante de los británicos rechazó la europeidad de Bruselas desde el principio, fundamentalmente por motivos nacionalistas que se arrastran desde épocas de las primeras cruzadas, y que algunos necios retrotraerían a las leyendas artúricas. En su opinión, el Imperio británico nunca necesitó a Europa para nada, sino al revés si acaso, y les ofende pensar que su país no pudiera ser autosuficiente. Confrontados ante el actual problema, esa idea les atenaza y no son capaces de hallar una solución razonable. Sea cual fuere la que finalmente venga, no les va a satisfacer. Y de esa insatisfacción intentarán sacar petróleo algunos políticos irresponsables para hacerse con el control de lo que quede del país. En el fondo, lo que menos les importa es precisamente su país.

Ambas partes han procurado manipular todo tipo de hechos históricos para imponer su versión de la historia

Algo parecido pasa con el enigma catalán. Se pueden recorrer seriamente los últimos seis siglos de 'conllevancia' con fuertes desencuentros entre vecinos que quizás han provocado una especie de desconfianza mutua intergeneracional que no hemos sido capaces de superar con éxito. De hecho, a los políticos de una parte no les importa lo mucho que han hecho juntas las gentes de ambos territorios, y a los de la otra solo les interesa ese legado común si con ello se fundamenta la existencia de un gran imperio hispánico ancestral. Un desastre social y también historiográfico, puesto que ambas partes han procurado manipular todo tipo de hechos históricos para imponer su versión de la historia. Les sorprendería -y a muchos les ofendería- conocer los nombres de algunos de los ilustres distorsionadores. Alguien haría bien en poner en fila las sucesivas manipulaciones y recontar, en clave de humor por favor, la retahíla de bromas que nos han inoculado a todos. Desdramatizar es la primera clave de resolución de un problema.

Sea como fuere, en el momento actual los solo catalanes y los solo españoles tienen algo muy en común. El hartazgo y el mantenimiento a ultranza de sus posiciones políticas, confundiendo emotividad con ideología. Los unos ya saben que la unilateralidad no lleva a ninguna parte, aunque dé rabia que los otros la practiquen porque disponen de la fuerza. Y algunos de esos otros tienen ganas de utilizar esa fuerza, el escarmiento, el 'muerto el perro, muerta la rabia' y el garrotazo y tentetieso, para que se enteren de una vez. Mirando la historia, incluso manipulada, no se puede entender que alguien piense seriamente en algo así como verdaderamente eficiente y efectivo. Es como si las emociones nos hicieran retroceder al cerebro reptiliano.

Y en esas estamos mientras muchísimos más españoles de los que pensamos o no ven las sesiones del proceso ante el Tribunal Supremo -lo que es muy común en la España no catalana- o, siguiendo el juicio, intuyen que una sentencia dura mantendrá la ciénaga y piensan que alguna otra solución alternativa debe llegar. Ignoran todos, también los que anhelan el cadalso, que una parte muy sustancial de catalanes está siguiendo día tras día el proceso, incluso poniéndolo de fondo en alguna radio en sus empresas mientras trabajan. Sea cual fuere la sentencia, lo que decida el Tribunal Supremo es posible que importe mucho menos en el resto de España que en Catalunya, y ese no es un dato baladí.

¿Pero saldremos de todo esto alguna vez? Los nacidos en torno a los 70 lo hemos vivido cada día de nuestras vidas en menor o mayor intensidad. La clave emocional para el votante suele ser la lengua, y para el político la financiación. Convendría no olvidar esta injusta ecuación si se quiere dar con la solución a la incógnita.