La clave
Assange
El activista entendió el deseo de transparencia de la época actual
Albert Sáez
Director de EL PERIÓDICO
Soy periodista. Ahora en EL PERIÓDICO. También doy clases en la Facultat de Comunicació Blanquerna de la Universitat Ramon Llull.
Albert Sáez
En la era de los "likes" y de los fans es muy difícil que un personaje global como Julien Assange no despierte pasiones irreconciliables. Unos le veneran como el principal adalid de la libertad de expresión en este complejo siglo XXI. Otros le persiguen por tierra, mar y tribunales. Le han tenido asediado en la embajada de Ecuador en Londres hasta conseguir detenerlo y ahora subastan su procesamiento en diversos tribunales y causas que van desde la violación de mujeres hasta la violación de secretos. Veremos en los próximos días cuáles han sido las verdaderas condicionalidades de su entrega.
El caso de Asange nos pone cara a cara con un gran tema de esta época: la transparencia. Como explicó en su momento John B. Thompson, los medios de comunicación de masas redujeron la distancia entre el poder y los ciudadanos, como lo hace el zoom de una cámara fotográfica. Eso cambió el equilibrio de fuerzas y reforzó el proyecto de la democracia representativa surgida de la Revolución Francesa. Pero el poder supo protegerse y creó una serie de mecanismos para actuar entre bambalinas. Los medios digitales han traído la transparencia, la exigencia de la sociedad ya no es de cercanía del poder sino que quiere que se ejerza desde habitaciones acristaladas. Assange captó este espíritu de nuestro tiempo y utilizó sus conocimientos tecnológicos para satisfacer esta demanda social. Primero lo hizo solo, después con la ayuda de algunos medios y, finalmente, sin socios poderosos a través de Wikileaks. Su peripecia ha comportado una relación de amor y odio con los poderosos. Unos le temen y otros le consideran un instrumento para atacar a sus adversarios.
En lugar de coquetear con Assange o perseguirlo por todo el planeta, el poder debe aprender a ser transparente. No es fácil. Pero al final la mejor estrategia de comunicación en el siglo XXI es no hacer nada que no se pueda explicar. Algunas grandes multinacionales lo han entendido mejor que los imperios en decadencia como Estados Unidos. Al final, deberán hacer como los restaurantes, poner la cocina en el medio del comedor.
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