La muerte de María José

Un acto de amor

Con su decisión, María José y Ángel han parado el tiempo en esta campaña de dentelladas

Ángel Hernández, con su esposa María José Carrasco.

Ángel Hernández, con su esposa María José Carrasco. / periodico

Josep Maria Pou

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Es inevitable aparcar todo lo que uno tenía previsto. En los primeros días de la semana varios temas venían compitiendo en mi cabeza (y en la abultada carpeta de recortes, a la derecha del ordenador) disputándose el protagonismo de la columna de hoy, pero, de repente, en la mañana del jueves surgió lo inesperado, y aquellas ideas que se movían, cautas, en el impás de la duda, se derrumbaron unas contra otras para dejar paso a una única certeza: que hoy no podía hablar -escribir- de otra cosa que no fuera del inmenso acto de amor de Ángel Hernández.

Les confieso que no sé que decir, más allá de contarles cómo me ha conmocionado la noticia. La palabra es poca cuando la emoción es tanta. Me gustaría desarrollar aquí y ahora sesudos argumentos en favor de la eutanasia e intentar rebatir, a fondo y con respeto, cualquiera idea en sentido contrario. No lo voy a hacer. Quienes saben, pueden y deben, lo están haciendo ya en todos los medios. Me limito a compartir con ustedes algo de lo que siento, pobre de mí, al escribir estas líneas.

Una inmensa alegría, en primer lugar, porqué sé que María José y Ángel, cada uno a su manera, han cesado en su sufrimiento, en el de la propia enfermedad y en el de sufrir con el sufriente. Y un enorme agradecimiento, en segundo lugar, porque con su decisión (irrumpiendo en medio de esta precampaña donde cada frase es una dentellada y cada discurso una carnicería) han parado el tiempo y han venido a poner en la diana de las horas detenidas el valor de lo que importa: el ser humano, la libertad, la dignidad, el derecho a ser quien soy y como soy, lo que hago y como lo hago.  

Y con la impotencia de quien no puede, o no sabe, hacer mucho más, leo y releo las crónicas de lo sucedido para memorizar, grabar a fuego en mi cerebro, lo que me parece la más sencilla y sentida declaración de amor que jamás haya visto, oído o leído, las palabras de Ángel a María José, ya en los últimos momentos: “A ver, dame la mano que quiero notar la ausencia definitiva de tu sufrimiento”.