CRISIS EN EL REINO UNIDO
Al final de la escapada
A May no le quedaba más remedio que prometer su dimisión si el Parlamento aprueba su pacto con los Veintisiete
Albert Garrido
Periodista
Albert Garrido
Después de perder el control del Partido Conservador, hace bastantes meses, y de quedar en manos de la Cámara de los Comunes la aplicación del 'brexit', más indescifrable a cada día que pasa, no le quedaba a Theresa May más que prometer su dimisión si el Parlamento aprueba su pacto de noviembre con los Veintisiete, para que sea otro quien conduzca la segunda fase de la negociación. El gesto de la 'premier' ante los diputados 'tories' sin plaza en el Gobierno –el llamado Comité 1922– puede desatascar la situación, pero no es una garantía absoluta de lograr la aprobación del acuerdo para el 'brexit', porque el presidente de la Cámara, el singular John Bercow, sigue sin autorizar la tercera votación de un texto rechazado dos veces con anterioridad, porque al menos 15 diputados 'tories' eurófobos no aceptan un divorcio sin portazo y porque el comportamiento de los diputados unionistas norirlandeses sigue siendo una incógnita.
La falta de un calendario preciso para la marcha de May de Downing Street es suficiente argumento para que los irreductibles no cedan. Los cálculos de varios medios, que solo se atreven a situar el relevo de la 'premier' antes de otoño, resultan poco alentadores para quienes desearían acabar ahora mismo con el liderazgo de May. Para ellos, el único camino aceptable es llevarla hasta un callejón sin salida, mientras la primera ministra entiende que con la dimisión prometida puede vencer la resistencia de los eurófobos radicales.
Más deseo que realidad
Basta repasar algunas de las iniciativas presentadas por los conservadores para someterlas a una votación indicativa en los Comunes para entender que al final de la escapada no se halla solo la dimisión de Theresa May, sino el peso y la influencia de los 'brexiteers' para limitar al máximo los compromisos con Unión Europea. El ejercicio de optimismo histórico realizado por Donald Tusk en el Parlamento Europeo al afirmar que aún ve posible la anulación del artículo 50 –cancelación del 'brexit'– tiene más de manifestación de un deseo que de acercamiento a la realidad. Ni los seis millones de británicos que hasta la fecha apoyan con su firma la celebración de un nuevo referéndum ni el millón de personas que llenaron el centro de Londres para reclamar la permanencia en la UE conmueven a los predicadores de la salida, a quienes han hecho del abandono del club europeo la causa primera de su desempeño político.
Quizá la promesa de Theresa May de dimitir sea suficiente para allegar los votos suficientes que permitan aprobar el acuerdo con la UE –ya se verá–, quizá gane adeptos la creencia expresada por Jacob Rees-Mogg, un 'brexiteer' recalcitrante, de que entre una salida con acuerdo y que no haya salida, es preferible lo primero. Pero a partir de ahí todo estará por hacer, e inmediatamente, sea quien sea el sucesor de May, la segunda fase de la negociación enfrentará obstáculos enormes para mantener una frontera blanda entre las dos Irlandas y garantizar una relación del Reino Unido con los Veintisiete lo menos dañina para ambas partes, las incertidumbres de siempre.
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