Conflicto icónico
Lazos amarillos y neutralidad
Dedicar demasiados esfuerzos a la cuestión simbólica, si bien es una buena herramienta de denuncia, podría hacer olvidar la cuestión de fondo
Andreu Pujol Mas
Historiador
Andreu Pujol Mas
Con los requerimientos de la Junta Electoral sobre la presencia de ciertos símbolos en los edificios públicos se ha vuelto a abrir el debate sobre la neutralidad. La realidad es que no hay ningún símbolo que sea neutro e impoluto, ni siquiera los oficiales: los símbolos siempre representan algo, con una carga ideológica y un seguido de sobreentendidos. Si no tuvieran ninguna connotación detrás no haría falta que cada vez que se produjera un cambio de régimen se cambiaran los membretes del papel de carta de los ministerios y las banderas de las comisarías de policía.
Si con neutralidad queremos decir consenso o unanimidad, la realidad catalana nos explica que la bandera estatal, que es obligatorio que presida todas las consejerías, está muy lejos de tener garantizada esta adhesión masiva. De hecho, el concepto que expresa el lazo amarillo, el de la liberación de los presos políticos y el ejercicio del derecho a la autodeterminación, parece que genera un consenso mucho más amplio que el de la rojigualda. Las encuestas nos dicen que lo que representa el lazo tiene un apoyo cercano al 80% de la población, mientras que la bandera "neutral" apenas podría convencer a un 50%. Que el lazo amarillo va mucho más allá de unos partidos en concreto lo demuestra el hecho de haberlo tenido que retirar de la fachada del Ayuntamiento de Barcelona, donde no gobierna el independentismo.
En Catalunya hay una cierta oposición que, incapaz de estructurar una mayoría política por la vía de las urnas, encuentra en las denuncias a los varios organismos estatales la forma de imponer su voluntad. Fijémonos que es habitual que en las fachadas de muchos ayuntamientos se plasmen reivindicaciones de lo más variopintas. La fragmentación política en España y la irrupción de la extrema derecha van a poner de relieve cada vez más que los grandes consensos no cuentan con unanimidad. Una pancarta pidiendo acoger a los refugiados, un lazo morado feminista o una bandera del arcoíris pueden ser considerados símbolos de parte por algunos de los partidos que concurren a las elecciones: que la Junta Electoral se fije en el lazo amarillo y no en cualquiera de estas otras cosas nos dice que pone un empeño que tiene que ver con unas preferencias y unas fijaciones y no con la asepsia o la imparcialidad.
El ejercicio del poder
En realidad, de lo que nos habla esta polémica es del ejercicio del poder. Quien determina qué símbolos son "neutrales" y cuales son "de parte" y "tendenciosos" es quien es capaz de imperar. Por tanto, acabaremos hablando de la capacidad de alterar y reformular esta realidad a través de las urnas: es decir, de ejercitar el derecho a la autodeterminación. Dedicar demasiados esfuerzos a la cuestión simbólica, si bien es una buena herramienta de denuncia, podría hacer olvidar la cuestión de fondo. Cabe reflexionar si realmente vale la pena jugarse sanciones e inhabilitaciones por la primera si no es el momento ni hay una estrategia clara para avanzar en la segunda.
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