Memoria histórica
En la muerte de Machado
El problema de no tocar el pasado es que media España no ha tenido la libertad de poder plantearse eso

Antonio Machado en la terraza de Villa Amparo en la localidad valenciana de Rocafort, poco antes de trasladarse a Barcelona en abril de 1938. / periodico

Olga Merino
Olga MerinoPeriodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
Olga Merino
La primera vez que visité Collioure, la tramontana soplaba con tanta rabia sobre el pueblo de pescadores que las olas se partían el espinazo de espuma contra los muros de la iglesia. Digamos que la meteorología brindaba cierto espíritu de recogimiento para visitar la tumba de Antonio Machado y leer los mensajes que le habían dejado los visitantes sobre la lápida sin cruz. “Estos días azules. Este sol de la infancia”, fueron los últimos versos del poeta; se los encontraron en un papel apañuscado en el bolsillo de la americana.
Con motivo del aniversario de su muerte, el escritor Julio Llamazares ha subrayado la enorme contradicción de que dos de los mayores poetas del siglo XX reposen en el exilio uno (Machado) y el otro (Lorca) en vete a saber qué cuneta, mientras los restos del dictador permanecen en un mausoleo espantoso del que arrancarlo costará otro laberinto judicial.arrancarlo costará otro laberinto judicial No, España no es un país normal. Y no lo será mientras haya quien se refiera a Franco como el “abuelo” y eche pestes de quienes pretenden remover la historia y blablablá. El problema de no tocar el pasado es que media España no ha tenido la libertad de poder plantearse eso.
Por muchas razones, 80 años después del drama de lo que los franceses dieron en llamar 'La Retirade', se hace más actual que nunca la lectura de un librito titulado ‘Causas de la guerra de España’, escrito desde la amargura de la derrota por otro español enterrado a unos 300 kilómetros de Collioure, en Montauban: Manuel Azaña. Al expresidente de la República lo acusaron de cobardía moral, tal vez porque la lucidez tiende a ser pusilánime y, a diferencia de Negrín, dio por perdida la guerra. Azaña no se cansó de criticar las tendencias “centrífugas” dentro del bando republicano, al que nadie acababa de entregar su principal lealtad; a la mayoría de vascos y catalanes, dijo, solo les importaba defender sus propias provincias. Parece que el tiempo no haya pasado, y casi un siglo después seguimos en las mismas. Y mientras, ya se escuchan a lo lejos los cascos de los caballos.
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