EL RADAR

Pedro Sánchez, palurdo de los Cárpatos

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JOANCAÑETE BAYLE

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Traidor. Felón. Incapaz. Ilegítimo. Chantajeado. Deslegitimado. Rehén.  Mentiroso compulsivo. Escarnio para España. Ridículo.  Incompetente. Adalid de la ruptura en España. Irresponsable. Catástrofe. Desleal. Ególatra. Chovinista del poder. Mediocre. Okupa. Estos son algunos de los insultos que Pablo Casado, líder de la oposición, le ha dedicado a Pedro Sánchez a cuenta de su decisión, muerta casi al nacer, de crear la figura de un relator en una mesa de partidos sobre la crisis catalana. En aras del bien de España, y dado de que esto del insulto no deja de ser un arte, le propongo humildemente algunos improperios más: Abrazafarolas. Chupóptero. Tuercebotas. Correveidile, José María García y su radio de medianoche nos marcó a fuego a varias generaciones.

 Imagino que Casado, dado su currículum académico, es un hombre leído y leyente, siempre inmerso en  lecturas con las que ampliar su visión del mundo, conocimientos y, por supuesto, vocabulario. Pero, por si acaso, me permito recordarle que en las aventuras de Tintín el locuaz capitán Haddock es una fuente inagotable de insultos: loro feo, bebe-sin-sed, nuez de coco, oficleido, palurdo de los Cárpatos, paniaguado, residuo de ectoplasma, zapoteca de truenos y rayos... Chúpate esa, Sánchez: flebotoma, Fátima de baratillo, espantajo, tonto de capirote y, ¡glups!, sietemesino con salsa tártara. Todo sea dicho, por supuesto, en defensa de España, la democracia y la Constitución. Eso sí, Mussolini de carnaval, otro de los insultos del capitán Haddock, mejor no usarlo contra Sánchez, que igual Santiago Abascal se lo toma como un elogio, y no es plan de que se enfade.

Honor ultrajado de España

Gran parte de la prensa editada en Madrid y de la conversación pública en redes sociales han contribuido con alegría y ardor a proporcionar arsenal (por ahora dialéctico) a la diatriba con la que Casado ha salido a defender el honor ultrajado de España. Paquí, pallá, a Sánchez lo han acusado de traición, de plegarse a los independentistas, de vender la patria por mantenerse en La Moncloa... Nunca deja de  sorprender la forma con la que los nacionalistas (da igual de qué condición) aman a su nación con la misma intensidad con la que desprecian a tantos conciudadanos a los que consideran traidores a esa nación. Pobre España, y pobre Catalunya, que para desespero de tandos defensores de la nación han alumbrado casi a más españoles y catalanes traidores que patriotas de una sola pieza: chupatintas, osos mal peinados, papanatas, cantamañanas, berzotas y Atilas de guardarropía, eso es lo que son, lo siento pero alguien tenía que decirlo.

Españñññña (así, cuantas más 'eñes' mejor) al menos tiene a Casado (y no nos olvidemos de Albert Rivera, por favor) para cantarle a  Sánchez las verdades del barquero. Para ello puede contar con los barones del PSOE, muchos de los cuales hicieron lo que pudieron para investir a Mariano Rajoy y ahora hacen lo que pueden para socavar a Sánchez, maravillas de la bandera, que todo y a todos cubre,  incluso a los beduinos interplanetarios, los megaciclos, los papúes de mil diablos, los desharrapados y los nictápoles. Son esos barones, e intelectuales de izquierdas, y expresidentes del Gobierno, a los que no parece preocuparles en exceso que el «a por ellos» como filosofía de vida respecto Catalunya dé votos (y quite alcaldes y presidentes autonómicos) en la España constitucional.

Casado, maravilla de maravillas, ha logrado que la ‘consellera’ de Justícia, Ester Capella, eche de menos a Rajoy porque el expresidente era un «estadista», según sus sentidas  palabras.  No sé cómo elogiará Capella a Sánchez si al final los independentistas no aprueban los Presupuestos y contribuyen a la caída del socialista.  Será tarde, por su puesto, porque todo llega tarde en esta crisis que nos consume: el Estatut, el reconocimiento del  problema político, la educación, la voluntad negociadora. Quien no llega tarde es Casado (y Rivera, no olvidemos a Rivera), puntual a su cita con el populismo,  la demagogia, la irresponsabilidad y el nacionalismo que arrasa con las democracias liberales, de Washington a Budapest, de Londres a Madrid. Mrkrpxzkrmtfrz, es lo mínimo que podemos llamarle, citando a Haddock.