IDEAS

De la ropita en el medio estudiantil

La escritora Chimamanda Ngozi Adichie, en Barcelona.

La escritora Chimamanda Ngozi Adichie, en Barcelona. / periodico

Miqui Otero

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Escribe Valerie Steele en 'Fashion Theory. Hacia una teoría cultural de la moda', recientemente editado por Ampersand, que cuando cursaba su posgrado en Yale, un profesor de Historia le preguntó de qué trataba su tesis. "Fashion", respondió. Repentinamente interesado, el docente preguntó si la enfocaría en Italia o Alemania. Ella pensó un momento en Armani, pero pronto reparó en la confusión. “No fascismo, fascism, sino fashion, moda”. El profesor, sin agregar palabra alguna, le dio la espalda y se alejó con andar de pingüino.

 Steele explica en ese ensayito la violenta alergia a la ropa que padecen los profesores universitarios. Y, sin embargo, cómo todos cultivan un look estudiadamente desaliñado, donde mandan “la americana raída de tweed y los jeans ajustados”. El tweed hace referencia a un refinamiento andrajoso casi anglicano y los tejanos a un leve eco proletario y a la posible conexión (a veces sexual) con el alumnado.

En las universidades de la Ivy League ese aspecto quiere denotar una frenética actividad neuronal. “La cultura estadounidense está tan pagada de sí misma que no solo ha desatendido la norma de cortesía del arreglo personal, sino que ha convertido esa desatención en una virtud”, reflexiona la narradora nigeriana de la estupenda novela 'Americanah', de Chimamanda Ngozi Adichie. Pero esa “atrofia evolutiva en la vestimenta” (con añadidos como el impermeable North Face o la mochilita de cuero colgada de un solo hombro) puede evocar otras cosas dado el estado de la universidad pública española: por ejemplo, un divorcio reciente y números rojos en la cuenta.

Es curioso cómo hablamos con seriedad de gadgets electrónicos o alimentación responsable, mientras mantenemos el debate sobre la ropa en lo simplista y anémico. Lo es cómo tendemos a emparejar vestir con elegancia con la pérdida de valores: el primer dardo que fisuró el amor de Pablo Iglesias, que quiso aclarar que compraba su ropa en Alcampo, por Iñigo Errejón fue que “había cambiado su forma de vestir”. En otras palabras, alguien con gafas Wayfarer y pitillos no podía ser de izquierdas. Como si las clases humildes no se endomingaran con la dignidad del único traje, gastado pero bien planchado. "¿Por qué la gente que lee a Dostoievski / va con pintas de Dostoievski", se preguntaban The Go Betweens.