Al contrataque

Una conversación

Hasta que no se dicte una ley que establezca el permiso de paternidad obligatorio, la igualdad entre hombres y mujeres será una quimera

La portavoz parlamentaria en el Congreso, Irene Montero, y el secretario general, Pablo Iglesias, el pasado 21 de mayo, en el Congreso.

La portavoz parlamentaria en el Congreso, Irene Montero, y el secretario general, Pablo Iglesias, el pasado 21 de mayo, en el Congreso. / periodico

Clara Usón

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Estampa de Navidad: una joven pareja y su bebé, en un cochecito, paseando por una calle barcelonesa; yo iba detrás de ellos, la acera era estrecha, no tuve más remedio que acomodar mi paso al suyo y oír su conversación. Discutían; ella con voz alterada, él, en tono sosegado. “¡Es mi vida y haré lo que quiera!”, proclamaba ella, “por supuesto, nadie te lo discute”, le decía él, apaciguador. A continuación, expuso con calma las razones por las que creía que no era conveniente llevar al bebé a la guardería: con el sueldo de ella a tiempo parcial no alcanzarían a cubrir el coste de la canguro y de la guardería, además, el bebé se contagiaría de todo tipo de infecciones al entrar en contacto con otros niños y ella tendría que faltar al trabajo porque “mi madre puede echarnos una mano de vez en cuando, pero no todos los días, y tu madre…”. “¡Mi madre trabaja!”, replicó ella y él guardó un silencio cauto, no exento de rencor: es una irresponsabilidad parir niños en España (y en Catalunya) si no se dispone de una abuela que pueda cuidarlos.

Ella se iba poniendo cada vez más histérica, repitiendo la inútil cantilena: “¡Es mi vida y haré lo que yo quiera!”, mientras él, razonable, didáctico, desgranaba argumentos. La posibilidad de que fuera él quien se ocupara del niño ni siquiera se consideró. “Antes ganábamos los dos lo mismo”, reivindicó ella, desesperada. “Eso era antes”, recalcó él (antes de que naciera el bebé). Ella seguía protestando porque sí, por molestar, a gritos. Él, alarmado, volvió la cabeza y reparó en mí; cuchicheó algo al oído de su pareja, que se calló al punto. Aproveché un vado para adelantarlos; mientras me alejaba pude oír cómo ella retomaba la estéril discusión. Él ya había ganado la partida: ella se quedaría en casa con el niño y después irían a por la parejita. “Es una tontería que vuelvas a trabajar para quedarte de nuevo embarazada, lo mejor es tenerlos seguidos; cuando vayan los dos al cole, te buscaremos algo”, la persuadiría él con su tono paciente, tan sensato…

Esta misma conversación habría podido escucharla hace veinte o treinta años. Una reciente proyección del Foro Económico Mundial estima que tendremos que esperar dos siglos hasta alcanzar la igualdad entre hombres y mujeres. Puede que sea un cálculo optimista.

Pablo Iglesias ha abandonado temporalmente la política para cuidar a sus mellizos, de forma que su pareja pueda reincorporarse a su puesto en el Parlamento. No imagino a Albert Rivera o a Pablo Casado imitándolo. Son muy pocos los hombres dispuestos a sacrificarse por sus hijos como vienen haciendo las mujeres desde tiempo inmemorial. Hasta que no se dicte una ley que establezca el permiso de paternidad obligatorio, la igualdad entre hombres y mujeres será una quimera.