IDEAS

El rey, en minúsculas

pierre michon escritor frances

pierre michon escritor frances / periodico

Ricard Ruiz Garzón

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“Hay tres reglas para escribir una novela. Por desgracia, nadie sabe cuáles son”. La boutade, atribuida a Somerset Maugham, abre el libro de Richard Cohen 'Cómo piensan los escritores' (Blackie Books), un manual chispeante y tan lleno de ejemplos como corresponde. En él, además, se citan títulos de cabecera para todo aspirante a narrador, del popular 'Mientras escribo' de Stephen King (Plaza & Janés, en L’Altra como 'Escriure') al obligado 'Cómo lee un buen escritor' de Francine Prose (Crítica). Y en librerías, por si no bastara, conviven estos días ensayos similares, algunos de Julio Verne o Ray Bradbury, y perlas sobre el elitismo como 'Por qué la literatura experimental amenaza con destruir la edición, a Jonathan Franzen y la vida tal y como la conocemos', de Ben Marcus, con el intersuelto de Rubén Martín Giráldez 'Mis pinitos en pedantería' (lanzamiento de Jekyll & Jill que aspira a título imposible del año).

 La humildad en la 'boutade' de Somerset Maugham, sin embargo, combina mejor con un librito que acaba de publicar sin ruido la también modesta editorial WunderKammer: se titula 'Llega el rey cuando quiere', abre su colección Áurea y contiene trece conversaciones con Pierre Michon. En ellas, el autor de 'Vidas minúsculas' y 'Rimbaud el hijo' ofrece insobornables reflexiones sobre el acto creativo, empezando por su interés en dialogar con autores muertos “antes que con imbéciles vivos” y acabando por el sustrato bíblico de alguien para quien “la literatura es una forma venida a menos de la oración, la oración de un mundo sin Dios”. Entre tanta novedad que, parafraseando al francés, se ahoga al poner “demasiada agua al caldo”, este devocionario en el que se dice que “hay algo así como una necedad o una falta de elegancia en la literatura que se pone a pensar” es pura dinamita, o mejor, agua pura, de vida, bendita hasta para ateos. Ténganle fe y descubran por qué Michon afirma que en sus retratos aspira a que esté el rey, “es decir, la literatura, o el sentido, o lo verdadero, o quizá sencillamente el lector”; aunque después, sobrio, decoroso, proclive al gran misterio de lo minúsculo, admita que "llega el rey cuando quiere". Que otros se jacten endiosados; él, sabio, 'ora et labora'.

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