ANÁLISIS

Núñez, un triunfador poco querido

Josep Lluís Núñez en una inspección de obras en el Camp Nou cuando era presidente.

Josep Lluís Núñez en una inspección de obras en el Camp Nou cuando era presidente. / periodico

Antonio Franco

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Recuerdo que cuando Núñez empezó a moverse para  ser elegido presidente del Barça, los periodistas de la época teníamos una gran duda: ¿era o no barcelonista de verdad? La mayoría opinaba que no. Luego, más adelante, desde el cargo Núñez se desvivió para que se creyese que era un culé de toda la vida.

Quienes le conocían como constructor y empresario de éxito consideraban que acercó al mundo del fútbol buscando la relevancia social, el protagonismo y la popularidad que no había logrado pese a su triunfo económico en la vida. Era más fácil ganar mucho dinero que ser aceptado por la muy cerrada burguesía catalana si se carecía de pedigrí o prestigio cultural. La palabra advenedizo, un insulto tan refinado como botifler, le acompañó desde el principio.

Carecía de conocimientos y apoyos para dirigir una entidad tan compleja como el Barça, pero sabía mandar mucho y era eficiente. Y situado en el fútbol, su propia simplicidad humana le aproximaba enormemente a la sensibilidad de la gente mayoritaria en la grada. Siempre muy solo, rodeado de empleados de todo tipo, supo estructurar la entidad para conseguir un bloque de victorias deportivas sin precedentes así como otros dos objetivos que se propuso: el desarrollo ejemplar de la cantera y todos los éxitos cuantitativos posibles de las secciones deportivas del club, ninguneadas por todos aunque con Núñez todos empezaron a contabilizar sus victorias.

Gran balance deportivo y económico

Cuando consiguió el cargo todo el mundo daba por supuesto que había utilizado malas artes para arrugar a los competidores. Pero supo fabricarse con celeridad una personalidad nueva de barcelonista de siempre, de hombre honrado, y convertirse en abanderado de una ideología pragmática: el club tenía que ser dirigido con mano férrea como si fuese una empresa propia. Como otro de sus hÁndicaps era su desconexión psicológica con las esencias y la historia de la entidad (estaba muy alejado de las tradiciones catalanistas, republicanas y del eslógan definitorio de Esport i Ciutadania) se aferró la expresión Més que un Club como etiqueta blanqueadora de sus dudas confesas e inconfesas. La pronunció con mucha más asiduidad que su propio autor, Narcís de Carreras.

Siempre he pensado que el drama de Núñez es que utilizó al club para su objetivo de ser saludado continuamente por la calle cuando en realidad el barcelonismo lo utilizó a él, sacándole un gran balance deportivo y económico pero sin llegar a quererle de verdad jamás. Era, dicho con todo el respeto, como su tonto útil, sobre el que existía una gran división de opiniones y muchísima broma fácil.

Poco culto en el habla, era sencillo mofarse de él considerándole prototipo del negociante odiado por su éxito excesivo. A ello contribuía la sospecha difusa desde el día de su elección de que seguro que no podía ser honrado, aunque nunca nadie pudo acusarle de desviar ni cinco céntimos del Barça a sus cuentas. Aún así, la intuición era acertada: no era honrado. Cuando al final la justicia demostró sus trampas fiscales quienes no le querían tuvieron la confirmación de que su desamor estaba justificado.