ANÁLISIS
El conflicto ruso-ucraniano: El puente
El control del estrecho de Kerch por parte de Moscú ha elevado la tensión con Kiev, que trata de internacionalizar el enfrentamiento
Ruth Ferrero-Turrión
Profesora de Ciencia Política en la UCM e investigadora sénior en el Instituto Complutense de Estudios Internacionales (ICEI)
Ruth Ferrero-Turrión
Los puentes, en general, sirven para unir dos extremos. En ocasiones se destruyen para desunir, como fue el caso del puente de Mostar en Bosnia. En otras se construyen para invadir. Esta última fue la idea que tuvo Alemania durante la Segunda Guerra Mundial como vía para invadir Rusia. Construir un puente que uniera Crimea a través del estrecho de Kerch con la URSS. Nunca lo hizo. El puente que nos ocupa sirve al mismo tiempo para unir y desunir. Para unir Crimea con la región rusa de Krasnodar y para separar los puertos ucranianos de Mariupol y Berdyansk del resto del territorio ucraniano.
La inauguración del puente en mayo del 2018 ha entorpecido todavía más una situación sostenida desde la anexión de Crimea en el 2014. El mar de Azov es uno de los menos profundos del mundo, tan solo alcanza los 14 metros, y esto junto con la altura del puente hace que muchos barcos no puedan atravesarlo. El impacto a la baja en los puertos de Berdyansk y Mariupol se ha hecho notar rápidamente, todo lo contrario de lo que sucede en Crimea que ahora cuenta con mejores abastecimientos. Rusia ha conseguido de facto el control del estrecho.
Los acontecimientos de los últimos días solo son explicables en un contexto de constante tensión entre ambas partes y su interés por aumentarla a través de instrumentos diversos. Desde sanciones económicas entre ambos, pasando por la aprobación de leyes prohibiendo la lengua rusa en Ucrania y de organizaciones ucranianas en Rusia y desembocando en este último episodio del mar de Azov. Mientras la atención internacional y europea se centraba en el brexit, el ministro de Defensa ucraniano advertía hace apenas una semana que el conflicto del Donbass estaba entrando en una nueva fase en la que se corría el peligro de una invasión terrestre por parte de tropas rusas.
Alarma
La estrategia de las autoridades ucranianas, y más concretamente de su presidente, Petro Poroshenko, parece evidente. Atraer de nuevo la atención hacia este conflicto, alarmar a su población, internacionalizar el conflicto, ganar tiempo, poder y popularidad de cara a las próximas elecciones presidenciales de marzo del 2019, en las que sus opciones de victoria son escasas. Si tenemos en cuenta que la Constitución ucraniana dota de mayores poderes ejecutivos y presupuestarios al presidente en caso de estado de emergencia, dejando al resto de los poderes del Estado a expensas de las decisiones adoptadas por la presidencia, quizás esto nos ayude a entender muchas cosas.
Por su parte, no deja de ser paradójico, que la primera persona con la que ha hablado Putin sobre la cuestión del estrecho haya sido la cancillera alemana, Angela Merkel. Y que lo haya hecho para solicitarle apoyo en este conflicto, según él, provocado por las autoridades de Kiev, con la intención de aumentar las tensiones en la región. Por un momento, incluso, podría parecer que estuviera interesado en mejorar las relaciones con Europa, o Europa con él. Puentes.
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