Carta de una vecina del juez Llarena: lo negativo del amarillo

Miembros de Arran lanzan pintura amarilla en la vivienda de Llarena

Isabel Sierra

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Esta mañana, al salir de casa, pensaba que un rayo inmenso de sol había traspasado la entrada de nuestra escalera. Un amarillo infinito por todas partes - cristales, paredes y suelo- invadía la salida e impedía avanzar. Los dos mossos apostados ante la puerta, sonriendo, aconsejan salir por otro lugar. «Ahora vendrán los de la científica», comentan... «hay que estar muy seguros de quién ha sido». ¡Hombre! - pienso - parece evidente, pero callo. Algún día tenía que pasar algo, estaba claro. Con esta resignación, desde hace más de un año, los vecinos y vecinas de este conjunto de casas de Sant Cugat del Vallès sabíamos que, tarde o temprano, tener entre nosotros a la familia del juez Llarena tendría algún efecto. ¿Pintura? Podía haber sido algo más... Vete a saber.

Tirado con rabia, el amarillo es feo. Con los lazos aún se puede apreciar un cuidado, una atención en hacerlos, una dignidad en llevarlos encima de la ropa, para decirnos a todos algún mensaje, para identificarse entre ellos y diferenciarse de quienes no los llevamos, para sentirse un colectivo en defensa de.... vete a saber. Fue la independencia de Catalunya, después la república, ahora queda la liberación de los políticos presos y ya eso, para mí, puede tener un sentido, que respeto. De reivindicación pacífica, de señalar la anormalidad democrática de un encarcelamiento preventivo que ya dura demasiado, de rechazo a que las causas fueran investigadas con criterios que no se comparten, que no se entienden ni desde la judicatura, en un marco de tensión entre el Govern anterior (fulminado) y el Gobierno anterior (traspasado)

La esperanza de muchos y muchas catalanas, como yo, de que dos nuevos gobiernos tuvieran la fuerza, legitimidad y inteligencia de entenderse, por las naciones y las personas, nos ha dado unos últimos meses de renovada ilusión, en proyectos que se van definiendo y cociendo tanto en los gobiernos como en el Parlament y el Congreso. Quien no lo vea, es que tiene tapado los ojos, y adrede. Yo, como muchos compañeros y compañeras socialistas trabajamos duro para que esto funcione, para que nuestro país vuelva a tener un solo pueblo, para que el bienestar de nuestros abuelos y el futuro de nuestros hijos sea la prioridad máxima de los que compartimos tierra, idioma y tradiciones.

Democracia a pequeña escala

Soy socialista, catalanista y vecina de los Llarena, sí. Desde hace más de 25 años; he visto nacer y crecer a sus hijos y ellos a los míos. No hemos coincidido demasiado porque cada uno sabía - y lo podía verbalizar casi riendo - que no éramos de la misma cuerda, igual que los de otro piso son convergentes... ¡de toda la vida! Conversaciones de escalera, de reuniones de la asociación, en las que siempre nos ponemos de acuerdo para lo que nos conviene a todos y cada uno aporta lo que mejor se le da o, como mínimo, se abstiene. Democracia a pequeña escala. De la que nutre las relaciones cotidianas, genera confianza mutua y permite sentirse parte de una comunidad, en un espacio también común. Se ha hecho, se puede si se quiere.

Esta pequeña democracia es la que mejor hay que volver a explicar a los chicos de Arran, a la gente adulta -¿y responsable? - que se esconde detrás de ellos, los políticos que los animan como si fuesen héroes y esta fuera su guerra generacional. Y se lo dicen aquellos que salen en televisión haciéndose las víctimas por tener que rascarse el bolsillo y devolver dinero público y gritan, con la cara crispada, que esto es la «venganza de Madrid». Nadie le cree ya, señor Mas, ni nunca será un presidente como es debido ni un catalán universal; déjelo correr. Mejor para usted, su familia y su partido que se repliegue de una vez.

Pintarlo todo de amarillo

Hoy escribo, sin embargo, porque me han enviado una foto que me ha hecho daño, y no a mí como sujeto, sino como miembro de una sociedad occidental, educada, comprometida con los derechos humanos y los valores universales de la justicia y la igualdad, rica en un mapa mundial que aún está lleno de desigualdades. Me ha hecho daño por los jóvenes que han hecho la pintada, porque piensen que esta es su misión sublime en la vida, que nada más se espera de ellos. Que nada más constituirá su futuro que pintarlo todo de amarillo.

Un amarillo feo, como decía, que no ilumina sino que se estampa, se difumina y acaba por el suelo sin más función estética ni ética. Los colores dicen mucho y para nuestra mirada, para nuestro cerebro, tienen significados muy primarios, que nos reúnen en una percepción universal, más allá de las culturas. Y tienen una carga emocional, sí, tanto positiva como negativa. La parte negativa del amarillo, dicen, refleja «narcisismo», aquel defecto según el cual ponemos todas las energías hacia la propia reverencia y el reconocimiento de los demás, que nos aparta de cualquier empatía porque nos miramos el ombligo, una y otra vez, hasta que nos gustemos del todo y definitivamente.

Las emociones más primarias

También se asocia al «egoísmo», consecuencia lógica de lo anterior, ya que todas las energías se abocan a lo que autoconfirma, autodefine y autoconsuela. El 'ser' está antes que el 'hacer' y siendo todos una sola cosa, nos podemos sentir parte de otra por la que vale la pena esforzarse y vivir. En tercer lugar se liga a la «hipocresía», tan necesaria para vivir en un mundo social, egoístas y narcisistas como son los amarillos negativos. Y, finalmente, «traición», esta convicción sin contrastar que envenena los pensamientos y sentimientos hasta creer que nada, nadie puede hacer nada legítimamente justo, sino que todo se hace en su contra. Toda una espiral negativa que ciega los pensamientos y descarga las emociones más primarias.

Con un poco más y mezclado con el rojo, de la 'estelada' y del corazón, tal vez tendremos un naranja muy parecido al amanecer hacia donde todas las miradas coinciden y todo empieza de nuevo para todos.

(*) Isabel Sierra es doctora en Psicología. Afiliada del PSC / Àrea de Polítiques d'Igualtat i Salut.