Al contrataque

Lecciones de vida

En las peores tragedias, como la que se vivió con las inundaciones de Sant Llorenç des Cardassar, asoman historias que te reconcilian con el ser humano

Inundaciones en mallorca

Inundaciones en mallorca / JORDI COTRINA

Carles Francino

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

“Yo tenía claro que había que salvar a la niña. Fue al llegar a casa, a eso de las tres de la mañana, cuando pensé que podía haber muerto”. “Pues yo lo único que pensaba, sosteniendo a mi sobrinita fuera del agua durante hora y media, es que prefería morir el primero”. Estos son retazos de una conversación que me ha conmovido como pocas. Sucedió en Palma de Mallorca, durante un programa especial de 'La Ventana' al cumplirse un mes de las inundaciones que provocaron 13 muertos y 90 millones de euros en daños.

El salvador de niñas –y de adultos- es guardia civil; un 'cachas' tatuado y con pendientes que sin el uniforme reglamentario podría pasar por modelo o jugador de rugby. Lleva casi 10 años en 'ses illes' y explica que la vocación le viene de pequeño, aunque tricornios y mineros (él es asturiano, de Langreo) no se lleven especialmente bien. El otro, el que prefería ahogarse primero antes que ver morir a su familia, es un chaval espigado con pinta de hípster y una retranca que el trauma de aquella noche en Sant Llorenç des Cardassar no ha podido sepultar.

El momento culminante lo regaló cuando le preguntaron si había llamado al telefóno de emergencias, el 112,  y confesó: “Estaba tan desesperado que llamé incluso a mi ex, con la que había cortado hace ocho meses”. La carcajada general y los aplausos espontáneos sirvieron para rebajar la emoción del momento y para confirmar que en las peores tragedias asoman historias que te reconcilian con el ser humano.

No solo la de esa pareja de guardias civiles, Sergio y Nora, que se jugaron el pellejo por salvar a Adam y a su familia, sino que la torrentada de Sant Llorenç desató una ola de solidaridad sin precedentes en toda la isla. La devastación tardará mucho tiempo en ser reparada, pero esa otra torrentada de empatía actúa como el mejor de los bálsamos. Es una pena que tenga que ser a bofetada limpia, pero la vida nos recuerda de vez en cuando cuáles son las prioridades.

Salvador Espriu estuvo un montón de tiempo sin hablarse con el poeta mallorquín Bartomeu Rosselló-Porcel. Eran amigos, pero el uno consideraba a Lluís Companys un loco y el otro defendía a capa y espada la proclamación de un Estat Catalá. Pero cuando Bartomeu murió, en plena guerra civil, Espriu se hizo cargo de los restos y los trasladó a su propio panteón familiar en Arenys. No sé si lo incluyó en alguno de sus poemas, pero estoy seguro de que Espriu se arrepintió hasta la saciedad de colocar lo urgente por delante de lo importante. Error, craso error.