Análisis
El 1 de octubre como fracaso
En este primer aniversario, convendría que los dirigentes políticos miraran atrás y reconocieran todos ellos que en algo se equivocaron
Astrid Barrio
Profesora de Ciencia Política de la Universitat de València. Miembro del Comité Editorial de EL PERIÓDICO
Astrid Barrio
Para los ciudadanos que ocuparon las escuelas para evitar que la policía les impidiera el acceso a los colegios electorales, para los que, con gran eficacia, escondieron y trasladaron las urnas sorteando la policía, que fueron a votar y que resistieron los desalojos y en algunos casos fueron víctimas de los excesos policiales, el 1 de octubre fue un gran éxito. Fue la jornada en que ejercieron su pretendido derecho a la autodeterminación, en la que obtuvieron un supuesto mandato para la declarar la independencia y en la que, gracias a la contundencia de la policial, pudieron trasladar al mundo la imagen de España como Estado represor.
Rosario de errores en los dos bandos
Sin embargo, más allá de la épica soberanista, el 1 de octubre fue el resultado de un gran fracaso. El fracaso de un Ejecutivo del PP que nunca acabó de entender ni de reconocer como legítimas las aspiraciones de una parte importante de la sociedad catalana. El fracaso de un Gobierno que inhibiéndose del juego político trasladó toda la responsabilidad al poder judicial. Y el fracaso de un Gobierno que no fue capaz de impedir la celebración de un referéndum ilegal y que víctima de su propia de su inhibición -bien que podría haber negociado o activado el artículo 155 mucho antes- perdió el control y habiéndose enfrentado urnas y porras, perdió la batalla del relato, sobre todo en el ámbito internacional. Pero el 1 de octubre también fue el fracaso de la clase política soberanista en su conjunto que llenándose la boca de democracia abusó de su mayoría parlamentaria e ignorando la ley trató, sin ningún tipo de garantía, de tomar una decisión de lo más decisiva. como es la secesión, ignorando a más de la mitad de los catalanes. Y fue también el fracaso de su relato que prometía mantenimiento del status quo y apoyos internacionales, porque a resultas de aquel día la fuga de empresas se aceleró y ninguna autoridad europea, más allá de condenar el uso de la violencia, avaló al referéndum.
Todo ello aconseja, un año después, hacer un balance desapasionado. ¿Qué fue el 1-O? Una gran acción colectiva disruptiva e ilegal que generó una gran cohesión de grupo y mucha solidaridad. ¿Para qué sirvió? Para nada porque no produjo los resultados perseguidos. ¿Cuántas víctimas generó? Muchas. Los heridos por las cargas policiales, obviamente, pero también los excluidos, los disconformes con lo que se hizo y con cómo se hizo que se sintieron ofendidos y violentados por la unilateralidad.
En este primer aniversario, y aunque haya dirigentes políticos en la prisión que dificultan el regreso a la normalidad, convendría en vez de atizar el sentimentalismo, que los dirigentes políticos miraran atrás y reconocieran todos ellos que en algo se equivocaron. Un buen inicio, ahora que Mariano Rajoy y Carles Puigdemont, principales responsables del fracaso ya no están al frente, sería reconocer que no fue un referéndum legal y que de él no se deriva ningún mandato, condenar la brutalidad policial y asumir que la vía judicial nunca resolverá aquello que la política no sea capaz.
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