La clave
Un heredero indigno de Maragall
El dinero de Barcelona debe pensar si Valls es su mejor baza, la maniobra desesperada de asociarse a Maragall es un síntoma de debilidad
Albert Sáez
Director de EL PERIÓDICO
Soy periodista. Ahora en EL PERIÓDICO. También doy clases en la Facultat de Comunicació Blanquerna de la Universitat Ramon Llull.
Albert Sáez
Manuel Valls lleva meses coqueteando con los señores de Barcelona para presentarse como candidato a la alcaldía. Ciudadanos lanzó su nombre a la palestra, pero ni el partido ni el propio Valls piensan que pueda ganar con esas siglas. Valls ha seducido fácilmente al Upper Diagonal: es un buen dialéctico, lleva el Estado en la cabeza, educado, con sensibilidad artística... Pero el protocandidato sabe perfectamente que esas simpatías acumuladas a lo largo del verano, también en Baleares, donde sus adictos pasan las vacaciones, no serían suficientes para ganar. Valls debe penetar en los barrios. Ciudadanos no tiene infraestructura para ayudarle y solo le puede brindar plataformas audiovisuales. De manera que el exsocialista francés ha decidido recurrir al último alcalde de Barcelona que lo fue de toda la ciudad: Pasqual Maragall. Y para asociarse a su nombre ha recurrido a quien fue el mejor Maquiavelo del último príncipe condal: Xavier Roig. Reclamar la herencia de Maragall no siempre es un valor seguro. La gente no confunde la copia con el original. A Clos y a Hereu les sirvió relativamente y a Montilla, en la Generalitat, los aduladores del exalcalde de la capital le negaron el pan y la sal, en algunos casos con muestrsa evidentes de supremacismo, que también existe en la izquierda caviar.
Quienes hayan seguido un poco la trayectoria de Manuel Valls en la política francesa sabrán que solo se parece a Maragall en tres aspectos: es socialista, es de Barcelona y ha sido alcalde. El resto ni por asomo. Maragall jamás habría identificado la inmigración con la inseguridad, ni habría participado en todo tipo de conspiraciones palaciegas para sobrevivir en su partido, ni habría mirado por encima del hombro a nadie, ni habría ido nunca a un acto de Ciudadanos por mucho que no se sintiera independentista. Antes de apostar por Valls y dejarse secuestrar por su personalidad arrogante y despótica, el dinero de Barcelona debe pensar si es su mejor baza. La maniobra desesperada de asociarse a Maragall es un síntoma de debilidad. Y cuanto más acorralado se vea, más saldrá el Valls primer ministro cuando vea que ni PP ni PSC jugarán en su equipo.
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