Análisis

Reconstruir la esperanza, absolutamente necesario

La inseguridad, el miedo, nos convierten en conservadores, nos llevan a la desconfianza, a la clausura de cada grupo social en sí mismo, lejos de la solidaridad y la apertura de las épocas de progreso

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Marina Subirats

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Diez años después del inicio de la crisis, constatamos que, lamentablemente, la vida transcurre sobre el planeta bastante peor que en el 2008. Se considera que las crisis son a veces necesarias, tanto personal como socialmente: son momentos de inestabilidad que sirven para eliminar elementos tóxicos y provocar reacciones saludables. Pues bien, la crisis económica que hemos vivido no ha generado nada bueno; antes al contrario, ha agravado las tendencias peligrosas y ha creado más inseguridad.

Veamos: gran crecimiento, en el mundo, y también en nuestro país, de la desigualdad económica: los ricos son hoy más ricos, los pobres mucho más pobres y más numerosos; demasiadas personas se han beneficiado de la crisis. La desigualdad siempre genera violencia y confrontación, y por tanto inseguridad; no se puede pedir a alguien a quien se le niegan unas condiciones de vida dignas que simplemente se resigne y se calle; y por lo tanto, la confrontación y la inseguridad han aumentado. Pero ya no se trata únicamente de la inseguridad en los espacios públicos; es sobre todo en nuestras mentes que se ha instalado, revirtiendo el proceso de los años anteriores, en los que la tendencia había sido de mayor progreso y mayor bienestar.

La mayor víctima de la crisis ha sido la pérdida de confianza en nuestras formas de vida, en la creencia de que vivíamos en un sistema que presentaba defectos, por supuesto, pero que permitía una mejora económica, una mayor justicia, un mejor nivel cultural. Y que ello iba a continuar, tal vez con momentos de aceleración o de retroceso, pero que era ya un camino sin retorno. Esto creíamos aun, hace solo una década. Lamentablemente, el panorama que se nos presenta hoy es el contrario.

Hay aún otras víctimas de la crisis: la confianza en la democracia, en los gobernantes, en las instituciones, ha quedado también fuertemente golpeada; se han roto las adhesiones inquebrantables a los partidos políticos, pero también la confianza en los bancos, en los puestos de trabajo, en las inversiones, en las propiedades. En una palabra, la confianza en la humanidad y en su capacidad de mejorar.

Atención, la historia nos muestra que cuando se imagina el futuro como peor que el presente, la tendencia política y social mayoritaria no suele ser lanzarse hacia adelante para reconstruir las posibilidades perdidas, sino aferrarse al ayer para no perder lo poco que aún tenemos. La evolución política actual en el mundo está siguiendo esta pauta, que no augura nada nuevo. La inseguridad, el miedo, nos convierten en conservadores, nos llevan a la desconfianza, a la clausura de cada grupo social en sí mismo, lejos de la solidaridad y la apertura de las épocas de progreso. Sabemos las trágicas consecuencias que puede suponer todo ello. En nuestro país no estamos todavía al borde de este abismo: elijamos gobernantes que sepan hallar otros caminos, que nos alejen de las situaciones de crisis como la que hemos vivido. Que sepan reconstruir la esperanza, hoy absolutamente necesaria.

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