Dos miradas
Los alentadores
Los costes de la aventura han sido enormes, pero no puede alegarse desconocimiento
Hace un año, al grito de victoria, Catalunya se preparaba para un costoso fracaso. Apenas faltaba una semana para que el Parlament rompiera con todas las legalidades y con el respeto a los ciudadanos. De forma torticera se aprobaron las leyes que permitían celebrar un referéndum ilegal y declarar una independencia unilateral, un auténtico desvarío en un estado democrático europeo. Después vino la jornada negra del 1-O, las primeras detenciones, una DUI relámpago…
Los costes de la aventura han sido enormes, pero no puede alegarse desconocimiento. Las cosas se hicieron mal, y más de un protagonista lo ha reconocido. Ante la suma de errores, no deja de sorprender el hálito invicto de los alentadores. Esos que utilizan sus púlpitos, algunos desde los medios, otros desde las redes, para seguir jaleando la carrera hacia la nada. Los mismos que gritaban ni un paso atrás cuando sus políticos dudaban de saltar sin red, ahora lucen el lazo amarillo en sus casas de veraneo. Pero los abusos ajenos no limpian los propios. Sin sombra de raciocinio, y menos de responsabilidad, magnifican los defectos del adversario hasta convertirlos en caricaturas inhumanas, santifican a sus líderes hasta el sonrojo, se niegan a reconocer los errores propios y denigran a todos los ciudadanos que no piensan como ellos. Mientras corrompen la convivencia, los alentadores quizá son los únicos que pueden gritar victoria frente al fracaso colectivo.
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