Opinión | Editorial

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El eslabón más débil de la droga

El drama personal de las heroinómanas del Raval configura un submundo víctima de una cadena mafiosa que atenta contra la seguridad, la salubridad y la convivencia en el barrio

Pancartas contra los narcopisos.

Pancartas contra los narcopisos. / CARLOS MONTAÑÉS

La lucha de los vecinos – a través de la plataforma Acció Raval y de otras entidades – ha intentado desde hace más de un año proteger al barrio de la capital catalana de una auténtica plaga de narcopisos, en la actualidad alrededor de una treintena, según sus propios cálculos. Los efectos de la crisis y los múltiples desahucios han dejado distintas secuelas, entre ellas el aprovechamiento de estas viviendas como centro de venta y consumo de drogas, en especial de heroína. Las dificultades burocráticas para cerrarlos definitivamente y la dejadez de la propiedad – la gran mayoría fondos buitres con estrategias especulativas, como denunció EL PERIODICO – han provocado una situación que los vecinos intentan revertir con la ocupación, por ellos mismos, de inmuebles utilizados por narcotraficantes, aunque, como pasó a primeros de junio, bajo la amenaza de ser desalojados a su vez por las denuncias de los propietarios, interesados en una degradación paulatina del Raval.

El reportaje que publica este diario incide no solo en la problemática general del barrio sino en la tragedia de casos concretos, el de las heroinómanas que añaden a su drama personal el hecho de ser mujeres y de verse obligadas a utilizar su cuerpo como pago para obtener droga. Un submundo, alejado incluso del radar de los servicios sociales, que es el eslabón más débil (agravado su caso por el machismo imperante también aquí) de una cadena mafiosa que atenta contra la seguridad, la salubridad y el presente y el futuro de la convivencia en el Raval.