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Sánchez, Huerta, Guirao y los principios

El abismo que media entre los dos ministros de Cultura trae a la cabeza la frase "estos son mis principios; si no les gustan, tengo otros"

Màxim Huerta y José Guirao

Màxim Huerta y José Guirao / RODRIGO JIMÉNEZ / JUANJO GUILLÉN

Ramón Vendrell

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"Estos son mis principios; si no les gustan, tengo otros", divisa de cínicos y pícaros, es básicamente lo que nos ha dicho Pedro Sánchez con el nombramiento de Màxim Huerta como ministro de Cultura y Deporte y su relevo por José Guirao.

Bautizado como el 'ministro cliffhanger' por Beatriz Martínez a causa del largo suspense que precedió a su designación, digno del 'Batman' de William DozierHuerta llegó al cargo después de que varios tótems (al menos tres, según las fuentes consultadas por este diario) de la cultura española dieran calabazas a Sánchez. Ninguno de ellos tenía necesidad de meterse en semejante berenjenal, sus carreras marchan viento en popa y en algún caso han disfrutado de momios culturales ante los que un ministerio parece una fatigosa fuente de sinsabores.

De modo que a alguien en el gabinete de Sánchez se le encendió la bombilla: "Hey, compañeros, ¿y si cambiamos de enfoque y buscamos a alguien popular que nos aleje de la imagen de severidad de la cultura?" Dicho y hecho. Por ahí pasaba Huerta, diez años junto a la reina de la television matinal Ana Rosa Quintana y autor de libros que los críticos literarios solo reseñan bajo amenaza de cosquillas con una pluma en la planta de los pies pero que se venden (sus entregas para Espasa superan en conjunto los 100.000 ejemplares vendidos, es toda la información que la editorial facilita y una cantidad muy respetable).

Su exjefa, Risto Mejide y Alaska Mario Vaquerizo respondieron con alborozo a la noticia y en el lado opuesto hubo unos cuantos aguafiestas que se preguntaron por los méritos de Huerta para alcanzar el cargo, pero en general el mundo cultural optó por no prejuzgar y dar una oportunidad al desconocido, al fin y al cabo no era cuestión de enemistarse con el nuevo administrador de la pasta de la que vive buena parte de la cultura española, función que lleva aparejada otra de enorme calado: la creación de un gusto cultural por la vía del tú sí, tú no.

El bagaje cultural de Huerta quedó meridianamente claro en su comparecencia de despedida. Este hombre adora el melodrama. Su frase "me voy porque amo mucho la cultura" es invencible. Ni Douglas Sirk. Así, en general, lo suyo es una pasión por toda la cultura. También dio acento melodramático a la conspiración a la que atribuyó su caída, orquestada por "una jauría" que quería su cabeza por representar un nuevo orden.

"Pedro, que Màxim nos ha salido rana", informó el gabinete. Fue entonces cuando Sánchez echó mano de la frase dicha por Grouxo Marx aunque seguramente obra de alguno de los guionistas de 'Sopa de ganso'. 

Y del rostro popular para refrescar la cultura se pasó a la figura del gestor cultural, por definición un hombre en la sombra. De Guirao sabemos que estuvo al frente del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía y, sobre todo, de la Casa Encendida, espacio cultural que convirtió en un referente para toda la gente 'cool' de Madrid. Un exitazo, vaya. Para los periféricos barceloneses, la Casa Encendida sería como el CCCB de los buenos tiempos pero con más dinero (y un poco menos de atrevimiento). No en balde formaba parte de la obra social y cultural de Caja Madrid. Es decir, a la vez que Caja Madrid amasaba el mayor escándalo financiero de todas las cajas españolas, y eso es un escándalo muy grande, creaba con las migajas que le sobraban un faro de la modernidad madrileña. Nada tuvo que ver Guirao en lo primero y sí mucho, al parecer, en lo segundo, así que bravo. En cualquier caso es representativo el episodio Caja Madrid-Casa Encendida de lo que es la cultura en España: una limosna del poder al pueblo. Y eso es lo que habría que cambiar.