Opinión | EL ARTÍCULO Y LA ARTÍCULA

Por Juan Carlos Ortega

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Pesaditos con las distopías

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zentauroepp43475198 mas periodico leonard beard para juan carlos ortega180524194001 / Leonard Beard

Tengo un amigo escritor que se pasa con su perfeccionismo. A veces pensamos que lo suyo es un poco pose, porque no es normal estar corrigiendo tantas veces las cosas que se le ocurren.

El otro día me llamó para decirme que había terminado su nueva novela. Obviamente, se trata de una distopía, como el 90% de todo lo que se escribe hoy día. A veces pienso que ese futuro distópico que tanto gustan describir es en realidad la época actual, y que lo horrible de esta sociedad es, precisamente, que a todo el mundo le haya dado por escribir novelas distópicas.

Sea como sea, mi amigo es muy perfeccionista, o al menos eso es lo que nos vende a todos. Cuando me dijo que había concluido su nueva obra, me mostré bastante escéptico, porque él no es de las personas que presumen de haber terminado algo. No pasó ni un minuto cuando me soltó que tal vez tendría que hacer todavía algunas correcciones.

"Mi amigo escritor ha acabado su nueva novela, pero yo no me fío"

Y efectivamente, corrigió. Eso a él le encanta. Le quitó un párrafo del primer capítulo que le parecía flojo y varias frases del final. Volvió a leerlo (le encanta leerse a sí mismo) y no quedó del todo satisfecho, según me hizo saber lleno de orgullo. Así que continuó eliminando.

Primero suprimió las frases subordinadas para dar mayor claridad al texto, pero poco a poco decidió hacer lo propio con los adverbios. Su novela había perdido, en total, 20 páginas, pero eso a él no parecía importarle demasiado.

En su afán por convertir su novela en una obra maestra, siguió eliminando frases, palabras aisladas, repeticiones que no aportaban nada y así su distópica novela quedó en una semana reducida a solo tres páginas. A mi amigo eso no le importó, porque lo fundamental es que su texto fuera brillante. Si no vale para novela, pensó, que sirva como cuento corto.

Leyó lo poco que había quedado, pero seguía sin estar contento con su trabajo. "Sobran cosas", se decía a sí mismo simulando ser Balzac. Y de tanto quitar, su novela, convertida después en cuento corto, terminó siendo solamente un título.

"Da igual –pensó–, si no sirve como cuento corto me valdrá al menos para un buen tuit". Pero antes de teclearlo en su teléfono y enviarlo a las redes, quiso perfeccionar también ese tuit. "Podría reducirlo", pensó en su forzado perfeccionismo. Suprimió la palabra "aldea" y la proposición "contra" y aún así no quedó del todo conforme.

Me llamó ayer para decirme que por fin había llegado a la máxima perfección. Su monumental novela de 900 páginas había quedado reducida a una coma. Una simple coma, sin palabras, un signo ortográfico aislado que a él le parecía el colmo de la belleza.

"¿Crees que se entenderá?", le pregunté con toda mi humildad. Tras pensar su respuesta diez segundos me dijo: "Tienes razón, a lo mejor es demasiado confuso. Creo que he de quitar también esa coma".

Dejando su obra vacía, sin frases, ni palabras, ni letras ni signos, mi amigo fue plenamente feliz con el resultado de su trabajo. "Ahora sí que ha quedado la obra que debería haber escrito", me dijo lleno de euforia.

Y no pude por menos que darle la razón. Convertir todas sus obras en páginas en blanco sería el mejor regalo que escritores como él podrían ofrecer a la humanidad.