Pequeño observatorio

La vida singular de los nombres

Un amigo chileno me dijo que conocía a un hombre llamado Ternocauterizante López. Había adoptado el nombre de la operación que le salvó la vida

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Josep Maria Espinàs

Josep Maria Espinàs

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Cuando hace pocos días intentaba ordenar el grupo de papeles que, con los años, han acabado invadiendo mi casa, encontré una carta que me había enviado un chico que yo no conocía. Me decía, literalmente, "puedes escribirme cualquier cosa, para escribir no se necesita mucho tiempo".

Quizá el chico había escrito aquella carta muy deprisa, y pensaba que mi respuesta sería rápida, pero las cosas no funcionan así. Además, en la actividad de la escritura hay dos clases de tiempo. El tiempo de redacción, claro, pero también hay un tiempo previo: el de pensar.

Cuando consigo precisar lo que quiero decir la escritura es rápida. Hay una frase popular que recoge muy bien el hecho: "Lo tengo en la punta de la lengua". Me parece una expresión muy divertida y plástica, porque las palabras salen, efectivamente, por la lengua, pero antes las ha puesto en orden el cerebro. La precisión y la rapidez pueden ser, a veces, prácticas simultáneas, y esta coincidencia es un privilegio de unos afortunados.

En el ámbito de los nombres de persona cada vez es más visible el éxito de los nombres que no son los tradicionales. Ahora es muy valorada la sonoridad. Pienso que es una evolución lógica, a partir de la importancia de los efectos publicitarios.

Yo soy -por nacimiento- de una época que podríamos decir que había un repertorio de nombres habituales. Naturalmente, con los nombres masculinos y femeninos también hay una discreta presencia de modas. Pero es claro que los nombres exóticos también valen. Pero hay quien aportó a su identidad un elemento chocante.

Hace años, un amigo que vivía en Chile me explicó un hecho sorprendente. Un hombre se llamaba Ternocauterizante López. No era una broma. Había adoptado como nombre propio el de una operación médica que, decía, le había salvado la vida. Y otro ciudadano chileno se hizo llamar Telegrafía Sin Hilos. Era una mujer maravillada por el progreso de las comunicaciones.