Peccata Minuta
Cuervos y ojos
Se equivocó Unamuno con su muy citada frase "A los catalanes les pierde la estética"
Se equivocó Unamuno al pronunciar su muy citada frase «A los catalanes les pierde la estética». En primer lugar porque «los catalanes» o «el pueblo catalán» son expresiones que la realidad ha ido demostrando imposibles, por más que el jueves Eduard Pujol las utilizase altisonantemente mil veces reclamando dignidad.
Si los independistas se independizaron de sí mismos con luz y taquígrafos, ¿cómo no va a pedir el conjunto de la sufrida población el divorcio a sus políticos? Y en segundo lugar, porque en nuestro Parlament conviven diversas estéticas: desde la de maniquí de sastrería de Albiol, pasando por el desaliño mal combinado de Domènech hasta el cuerpo gentil de Riera, que no usó americana ni turno de réplica porque todo quedó dicho en su primera intervención: ellas ya no son de este mundo.
Oriol Pujol
No debió de ser fácil para Turull –look de empleado de la Caixa– mezclar en la coctelera de su discurso de no-investidura los ingredientes de defensor a ultranza de Oriol Pujol, espacio libre de Bruselas, presunta financiación del 1-0 con dineros públicos, máximo instigador junto a Rull y la emocional Rovira a proclamar la ya citada república… con la muy humana mansedumbre a que le obligaba su cita con el juez Llarena.
La ganadora Arrimadas y el colista Albiol, apadrinados telepáticamente desde Madrid por la Constitución y el IBEX-35, entonaron, como Pimpinela, su disonante y habitual duetto. Comuns, ERC y PSC se limitaron a tirarse discretísimamente los tejos, tal vez rastreando la posiblidad de un laberíntico tripartito. Iceta fue rotundo al ser tildado de cómplice del 155, a lo que replicó que los únicos responsables de la intervención autonómica fueron Puigdemont y los suyos al desoír muy autorizadas y mediadoras voces que les instaban a convocar elecciones.
Excesos kafkianos
Sí, fue un mal momento, pésimo, ya que de él arrancan los excesos kafkianos y judiciales –¡hasta Felipe González los lamenta!– de unos y otros. Solo la CUP y los belgas errantes siguen en su trastornado ensueño republicano. Los otros, ya por prudencia, ya por reflexión, han ido echando o haciendo ver que echaban agua al vino agrio del fiasco. Me imagino a Marta Rovira haciendo el equipaje, a Puigdemont cenando solo en una cafetería, a Junqueras gritando a sus compañeros de celda que le pasen la pelota, a los Jordis… ¡Qué pena!
Estoy convencido de que, a solas y al caer la tarde, meditando entre épica y estética, están empezando a considerar seriamente que no supieron calcular su desequilibrada relación de fuerzas con el Estado y que dos millones de votantes no son «el pueblo catalán». Pero, caso de ser así, no podrían decirlo en voz alta, ya que los tuits de Rufián y los gritos de «traidores» podrían repetirse. Es aquello de los cuervos y los ojos.
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