IDEAS
Mi biblioteca

El escritor canadiense-argentino Alberto Manguel. / periodico

Óscar López
Óscar LópezÓscar López
Óscar López
Yo no soy mi biblioteca. Y no es una 'boutade' ni un sacrilegio. Es una constatación. Otros lo ven distinto. Me consta que Alberto Manguel sufre al ver la suya de más de 30.000 volúmenes embalada porque no la pudo llevar consigo cuando aceptó el cargo de Director de La Biblioteca Nacional de la República Argentina. Pero, personalmente, mi actual pequeña biblioteca no me define, no redacta mi autobiografía. Si no lo hizo cuando tuve miles de libros, menos ahora que ha quedado reducida a una quinta parte. Y ya no crecerá más. Un libro entra, otro sale. Esa es la máxima que me aconsejó un experto archivero. Incluso me propuso un juego, terrible, pero necesario. Cuando no sabemos cómo desprendernos de aquellos volúmenes que nos sobran, debemos colocarlos en cajas, bien embaladas, sin anotaciones externas, y las dejamos un año en cualquier lugar. Pasado el tiempo, si no recordamos qué contienen, directamente nos desprendemos de ellas.
Todo cambió el día en que descubrí que la biblioteca era un ser vivo, mutable, una maquinaria vanidosa que se alimentaba de los comentarios de aquellos que destacaban los maravillosos libros que la conformaban, los hubiera leído o no. Así que decidí desprenderme de casi todos. Incluso, y no sin dolor, de algunos dedicados. Porque era el momento de disfrutar de las cosas sin necesidad de poseerlas, porque releer es patrimonio de unos pocos, y porque desde que desmonté la mía, he vuelto a entrar en las fantásticas bibliotecas desparramadas por el país.
Mi biblioteca física se está muriendo, es cierto, pero ya no hay duelo. De hecho, a menudo sueño con ver los estantes vacíos y juego a rellenarlos, no con libros sino con lecturas. Porque ellas sí que escriben nuestra biografía, la esencial. Somos, en buena medida, los libros que leemos, los que nos reconfortan, nos invitan a viajar y también nos golpean. Son esas historias que a veces es mejor no releer para no arriesgar los buenos recuerdos. Mi auténtica biblioteca ya no está cosificada, es una ilusión en la que caben, incluso, los libros que no leí y que me recomendaron. Es mi particular biblioteca de Alejandría, esa que siempre está a salvo de las llamas.
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