La encrucijada catalana

Un solar a la intemperie

Desistan de convertir el soberanismo en un campamento provisional. Afiancen nuevos liderazgos y propongan nuevos estilos constructivos

JOSEP MARTÍ BLANCH

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En pocos días habrá gobierno en Catalunya. Será uno, otra, alguien, en definitiva, quien lo presida, pero no Carles Puigdemont, aunque eso ya se sabía desde el minuto uno después del escrutinio porque el Estado así lo tenía decidido. También quedarán resueltos los dimes, diretes, rencillas y demás sobre el reparto del botín gubernamental entre JxCat, ERC y el PDECat. Conoceremos formalmente los nombres de quienes aterricen en cada departamento, de quienes van acompañados, y qué esfera de poder monopoliza cada uno de los partidos y subfamilias con la vista puesta en la consolidación e incremento de su patrimonio político particular. No todo va a ser romanticismo. 'Business as usual'.

Todo esto, que conllevará un torrente de artículos, análisis y lecturas varias, vendrá a sumarse a lo que ya estaba encima de la mesa. Primero, hay por delante una tremenda agenda judicial que va a dejar definitivamente fuera de juego a los líderes del 'procés'. Segundo, hay una carrera por alzarse con el cetro del machoalfismo rojigualdo entre PP y Cs que ubica a ambos partidos (el PSOE disfruta de su siesta y Podemos sigue ensayando su diletantismo) en una lógica revanchista respecto al independentismo, pero también respecto al catalanismo en general, como ha quedado claro con el lamentable espectáculo que ambos ofrecen a cuenta de la lengua catalana en las escuelas.

Mutaciones soberanistas

Todo puede resumirse, si renunciamos al matiz para ir a lo fundamental, en esta afirmación: nada ha cambiado en el Estado y en el Madrid político (lo que sea para acabar con el independentismo) y sí ha habido mutaciones relevantes en el campo soberanista, aunque en estos momentos sea imposible aún adivinar su verdadero alcance y consecuencias.

Porque, siendo verdad que Catalunya va a tener un gobierno independentista, no lo es menos que los catalanes -soberanistas o no- no saben aún para qué, ni lo van a saber en los próximos meses porque todo ha quedado reducido a recuperar las instituciones y rescatarlas del 155. Más allá lo único claro es que el edificio soberanista construido sobre los cimientos de las improvisadas y sucesivas hojas de ruta se ha caído y sus habitantes-votantes están, en estos momentos, a la intemperie.

Unos piensan que los arquitectos hicieron mal los cálculos, otros que el edificio era perfecto pero que no se podía prever la existencia de una brigada de dinamiteros del Estado tan poco escrupulosa con los métodos de voladura, y los de más allá que la construcción era sólida hasta que los propietarios forzaron la construcción de sobreáticos sin contar con los permisos y estudios necesarios. Por supuesto, los hay que siguen viendo el edificio en pie y a los vecinos cómodamente instalados en él. Estos últimos son los visionarios, en el sentido más fácilmente advertible del término, los que sufren visiones. Pero volviendo a lo fundamental: queda el solar, sembrado de cascotes, y quedan los vecinos-votantes.

En estas circunstancias es obvio que lo primero es organizar la subsistencia de la vecindad. Muy bien. Hágase que ya se tarda.  Empiece el gobierno a gobernar y el Parlamento a legislar. Pero ¿y más allá de lo perentorio? ¿o es que el proyecto es vivir al día? ¿improvisar hasta que obre un milagro?

Cuestión de respeto

¿No deberían ya los arquitectos y delineantes reunirse alrededor de grandes mesas y empezar a proyectar cuál va a ser el edificio que, más tarde que pronto, debería alzarse en un solar con tantas posibilidades como es el del soberanismo? ¿No tienen derecho los vecinos-votantes a saber con un poco de claridad qué se les ofrece en el futuro? ¿Gobernar para qué? ¿Cómo, en qué dirección y a qué velocidad debe seguir caminando el independentismo? Y por favor, ahórrense las frases de película de adolescentes tipo "construir República", "hacer República". Respétennos y respétense, por favor.

Este no es trabajo del gobierno, ni de quien lo preside, ni de quien lo vigile o aspira a vigilarlo desde Bruselas. Este es trabajo de partidos.  El gobierno gestiona el edificio, es el ama de llaves, el portero, el servicio de mantenimiento, el encargado de las reformas.

Pero el edificio lo proyectan los partidos. Señoras y señores de ERC, PDCat, Jxcat, es su hora. Hagan su trabajo. Convoquen congresos extraordinarios, ideológicos, fundacionales, pónganles el adjetivo que deseen. Pero citen a su militancia, debatan, piensen, escriban, enmiéndense, vuelvan a enmendarse, pero digan al fin y al cabo y sin improvisar, cuáles son los nuevos planes y detallen la memoria de su proyecto.

Reúnanse. Cada uno en su casa. Atrévanse al análisis sereno de por qué se ha caído la construcción y cómo ha de reconstruirse para evitar nuevos derrumbes. Desistan de convertir el soberanismo en un campamento provisional. Afiancen nuevos liderazgos y propongan nuevos estilos constructivos. Trabajen más, excúsense menos. Levanten la vista y sueñen con un nuevo inmueble. Y esta vez con materiales y ritmos de construcción apropiados. Que aguante.