ANÁLISIS
El desguace de Wert
Uno de cada cinco escolares nunca podrá manejarse en condiciones de igualdad en la vida adulta
Luis Mauri
Director adjunto
LUIS MAURI
Faltan cuatro meses para que termine el curso escolar, pero ya está suspendido sin remedio. No hay aquí ninguna pretensión adivinatoria: lo mismo sucedió el año pasado, el anterior y los precedentes.
La nota del sistema de educación de un país no puede ser otra que suspenso cuando el fracaso escolar hiere a uno de cada cinco estudiantes. Uno de cada cinco nunca podrá manejarse en condiciones de igualdad en muchas facetas de la vida adulta, no solo la laboral. Es un dato bochornoso que afecta por igual a Catalunya (19%, según el Eurostat 2015) que a España (20%). Ambas duplican casi la media de la zona euro (11,6%).
No se trata, o no solo se trata, de la inversión pública. Antes de la Gran Recesión y de los recortes, el fracaso ya atormentaba a la escuela española. Y el gasto público por estudiante es asimilable a la media de la UE. Entonces, si la elevada prevalencia del virus del sistema escolar no responde exactamente a la penuria presupuestaria, ¿a qué se debe? Cabe deducir que a la concepción de las políticas educativas y a la falta de ambición y de claridad en la definición de objetivos.
Desigualdad y educación
La última ley de educación, la tan deplorable como inútil LOMCE de José Ignacio Wert, está desguazada cuatro años después de su nacimiento, como explica María Jesús Ibáñez en estas páginasMaría Jesús Ibáñez. Era una muerte anunciada: la norma vio la luz con el único respaldo del PP, contra toda la oposición. Durante su tramitación, sucedió lo mismo que con las anteriores leyes educativas: el debate se centró en factores ideológicos ajenos en buena medida al fracaso y a la excelencia: religión, educación ciudadana, lenguas cooficiales…
Poco se discutió sobre la calidad, la formación y la motivación del profesorado o sobre la idoneidad del modelo pedagógico. Y menos aún sobre el impacto de la desigualdad en los resultados: el informe PISA 2012 indica que el 34% de los repetidores de curso en Catalunya eran de clase baja; el 24%, de clase media-baja; el 15%, de clase media-alta, y solo el 8%, de clase alta. Ahí está el virus.
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