ANÁLISIS
Pulso entre Israel e Irán en Siria
Ignacio Álvarez-Ossorio
Catedrático de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad Complutense de Madrid.
Ignacio Álvarez-Ossorio
La destrucción de un caza israelí tras un ataque contra instalaciones militares iranís en Siria ha encendido todas las alarmas en Oriente Próximo. Si bien es cierto que no es la primera vez que la aviación israelí se adentra en territorio sirio para golpear objetivos militares del régimen o de sus aliados, entre los que se cuentan Irán y Hizbulá, sí es la primera ocasión desde 1982 que las baterías antiaéreas sirias hacen diana y derriban un F-16 israelí.
La evolución reciente del conflicto en Siria parece tener un claro perdedor y un claro ganador: Israel e Irán, respectivamente. Desde el estallido de la guerra civil siria en el 2011, Israel decidió mantenerse en una posición neutral sin posicionarse a favor de la caída del régimen, pero sin prestar ayuda a los grupos rebeldes que se alzaron contra Bashar el Asad. Su principal objetivo era evitar que las milicias libanesas de Hizbulá se implantasen en las zonas aledañas al Golán o que recibieran armamento sofisticado como recompensa a su involucración en la contienda. Más tarde, cuando Irán empezó a operar abiertamente en Siria, la prioridad fue evitar que la Guardia Republicana lograse establecer bases militares en el país vecino. Tanto en el primer como en el segundo caso, Israel ha fracasado de manera rotunda.
Por el contrario, Irán apostó todas sus cartas a favor del mantenimiento en el poder de Bashar el Asad, su principal aliado estratégico y cuya supervivencia política se ha convertido prácticamente en un asunto de seguridad nacional en Teherán. Su caída no solo privaría al régimen de los ayatolás de su principal aliado en el mundo árabe, sino también implicaría la pérdida de la principal vía de aprovisionamiento de Hizbulá. Por lo tanto, Siria representaba una primera línea de defensa para Irán para preservar su esfera de influencia en Oriente Próximo: un arco chií que va desde Irán hasta Líbano pasando por Irak y Siria. Solo partiendo de estas premisas puede entenderse la activa implicación iraní en la guerra siria y su indispensable respaldo político, económico y militar a Asad, incluida la movilización de decenas de miles de milicianos chiís libaneses, iraquís, afganos y paquistanís entrenados, armados y financiados directamente por Irán.
La presencia iraní en Siria no debería contemplarse como un episodio circunstancial. Una vez que finalice la guerra, Irán podría obtener jugosos contratos para la reconstrucción del país y para explotar las minas de fosfatos situadas en el entorno de Palmira, precisamente el objetivo de los recientes bombardeos israelís. Al mismo tiempo, Teherán aspira a construir un gasoducto desde el golfo Pérsico hasta el mar Mediterráneo para exportar su gas a Europa. No es este, sin embargo, su proyecto más ambicioso. Irán pretende levantar una base naval en la costa mediterránea siria, proyecto que ha suscitado una frontal oposición por parte de Estados Unidos, Israel y Arabia Saudí, países que parecen estar perdiendo terreno a marchas forzadas ante el imparable avance iraní.
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