Al contrataque
Un dubitativo ante dos martirios
No es justo que Puigdemont tenga en vilo a Catalunya ante su inminente decisión de regresar a Barcelona o quedarse en Bruselas
Antonio Franco
Periodista
ANTONIO FRANCO
No es justo que tengamos a toda Catalunya pendiente de la modalidad de suicidio que decida nuestro dubitativo expresidente Carles Puigdemont. Más allá de su aspiración a presidir un país residiendo en otro y pasando por encima de su promesa de regresar si obtenía el resultado electoral que logró, su duda es adivinable. O regresar a Barcelona para ser un presunto President Mártir en la Cárcel –presunto, porque tal vez no pueda ser proclamado o no tome posesión–o ser un President Mártir y Testimonial en el Exilio mientras en Catalunya ocupa legalmente el cargo un correligionario dirigido telemáticamente por él desde Bruselas. Aunque los poderosos de Madrid sean tan especialistas como él en caotizarlo casi todo con actuaciones, lo suyo es para nota.
Tampoco es justo que de su estricto personalismo resentido dependa nuestro futuro. Que Catalunya encare una legislatura que debería ser un intento de reconstrucción de lo poco que puede recomponerse tras su división indisimulada en dos bloques adversarios casi iguales, en un apaciguamiento dirigido por una mayoría minoritaria secesionista realista y contenida, o que vuelva a plantearse otra etapa de frontalidad antiespañola que sería corta si regresase la anticonstitucionalidad. Esto último es lo que encarna Puigdemont aunque no creo que sea la opción preferida ni siquiera por los dos millones de independentistas.
El hombre dubitativo parece tener algo claro: que si ha de ir a la cárcel, prefiere que sea ahora como el President Mártir valiente que optó por regresar, para redondear así su presencia en la historia. Pero por razones prácticas quizá opte de momento por el martirio del exilio. Exilio en su variante confortable: con residencia y mantenimiento a cargo de los suyos a través de, digamos, aportaciones estrictamente privadas, aunque administren el dinero público.
Ante ese panorama, Artur Mas, el lince que seleccionó a Puigdemont para la presidenciaArtur Mas, tras soplar en las brasas, toma distancia del incendio. Se le cree tan harto como los demás del ego de su sucesor y se le amontonan los problemas. Mas aspiraba a un futuro del estilo dalái lama: embajador internacional de la injusticia contra Catalunya. Pero ¿cómo hacerlo tras reconocer tardíamente (después de plantar el germen de la desobediencia y las urgencias) que con el fifty fifty de la población catalana no puede imponerse la secesión, y mientras el otro embajador, Puigdemont, dice que sí y predica seguir flirteando con la unilateralidad?
¡Qué líderes nos ha ofrecido la vieja Convergència! El Jordi Pujol I que la fundó y desprestigió, el Artur Pujol II que la hundió, y el Carles Pujol III que la entierra. Tres encausados por la justicia por presuntos delitos concretos contra la legalidad democrática, recordémoslo, y no por su adscripción al por otra parte castizo «Todo por la Patria».
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