La clave
Trapero y las nuevas idolatrías
Los Mossos, y sus jefes, han hecho cosas bien y otras execrables. El error es humano. Reconocerlo es evolucionar.
Luis Mauri
Director adjunto
LUIS MAURI
«Los hombres matan, la policía abate»
Rafael Sánchez Ferlosio
Dios no creó al hombre. La humanidad fabricó sus dioses para explicarse fenómenos y misterios inasequibles. Esas divinidades y sus correspondientes fábulas («mitos compartidos que permiten a millones de desconocidos cooperar de forma eficaz», en boca del historiador Yuval Noah Harari) le sirvieron al 'Homo sapiens' para organizar la sociedad e imponer un cierto orden (muy a menudo despótico) frente al caos instintivo.
El 17 de agosto, el país cayó en estado de choque cuando un puñado de asesinos sembraron la muerte y el terror en el centro de Barcelona e intentaron hacer lo propio en <strong>Cambrils.</strong> La ciudadanía, consternada por un dolor, un miedo y una incertidumbre atávicos, se puso a crear a toda prisa, y a medida de la ocasión, nuevas divinidades.
Como un Marte romano, el jefe de los Mossos, Josep Lluís Trapero, ha ingresado en el Panteón por una razón tan vieja como el mundo, la necesidad de explicar algo que nos amedrenta y no entendemos: cómo unos jóvenes aparentemente integrados en su comunidad se convierten en un par de años en verdugos suicidas. Y también, y quizá sobre todo, porque sus policías mataron a seis terroristas.
Podríamos convenir en que los Mossos realizaron una buena actuación reactiva, muy mejorable si hubieran pillado con vida a Younes Abouyaaqoub, el autor de la matanza de Barcelona, a quien acribillaron en el campo, completamente solo, cuando no representaba ninguna amenaza para la población y diría que escasa para los agentes que lo hallaron si lo hubieran vigilado a distancia mientras llegaban los refuerzos necesarios para atraparlo.
Más discutible es la tarea preventiva de investigación y coordinación, cuya sombra alcanza en este caso a los tres cuerpos policiales.
Los Mossos, y sus jefes, han hecho cosas bien y otras execrables, como la mutilación de <strong>Ester Quintana,</strong> la muerte a golpes de <strong>Juan Andrés Benítez</strong> y determinadas explicaciones y excusas oficiales sobre ambos delitos. El error es humano. Reconocerlo es evolucionar. Ojalá estemos ante una redención profesional, pero de ahí a la idolatría hay un abismo al que nunca nos deberíamos arrojar.
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