Opinión | Editorial
El testimonio del drama de los refugiados
Reporteros y oenegés mantienen visibles ante los ciudadanos occidentales los desastres del éxodo masivo
‘Si no lo contamos, no existe’. Este lema de Reporteros sin Fronteras sintetiza a la perfección todo cuanto está ocurriendo en el Mediterráneo desde el 2015 con el drama de los refugiados que intentan llegar a nuestras costas huyendo de unos conflictos en los que su vida corre enormes riesgos. Tantos y tan grandes, que están dispuestos a sufrir los que unas mafias despiadadas cruzan en su camino hacia un futuro mejor sabiendo que en ello pueden perder la vida, como ha ocurrido ya con los más de 2.000 migrantes que han perecido ahogados este año. Es gracias a las imágenes de muchos reporteros gráficos que la sociedad tiene conocimiento de cuanto está ocurriendo. Ellos dan visibilidad a un drama de unas dimensiones desconocidas para el que tanto los gobiernos como las sociedades o no están preparados o prefieren aplicar la política del avestruz.
En esta ímproba tarea de mostrar al mundo lo que está ocurriendo, los reporteros complementan el trabajo de tantas oenegés dedicadas al rescate de los refugiados, como es el caso de Proactiva Open Arms, la organización de Badalona que, además de salvar vidas, también lucha para hacerlas llegar al público. Que su labor, al igual que la de los reporteros y los socorristas, es imprescindible queda de manifiesto cuando, por ejemplo, en Italia la extrema derecha quiere acallar sus voces y en Libia las autoridades impiden a las oenegés aproximarse a 200 kilómetros de la costa, donde han ocurrido numerosos naufragios. La dramática imagen del niño sirio Aylan muerto en septiembre del 2015 en una playa sirvió para remover conciencias y hacer llegar a las sociedades europeas la tragedia vivida por miles y miles de personas. Sin embargo, desde entonces varios cientos de Aylanes han muerto en iguales circunstancias. En nuestra sociedad tan mediática, que consume información y lo hace en grandes cantidades y de manera instantánea, existe el peligro de que todo cuanto nos muestran los reporteros acabe siendo normalizado y sea asumido como algo regular, cuando, por el contrario, estamos ante un fenómeno extraordinario cuya solución requiere una implicación de todos, gobernantes y gobernados. Y si los primeros no responden, como es el caso, que sean los segundos quienes se conviertan en instrumentos de presión.
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