El debate sobre el turismo

A la greña, no

Los turistas no tiene la culpa. Les hemos creado un producto turístico, se lo hemos publicitado, se lo hemos empaquetado a su gusto, y ellos lo pagan religiosamente

Bañistas en la playa de la Barceloneta, en Barcelona.

Bañistas en la playa de la Barceloneta, en Barcelona. / periodico

JOSEP FRANCESC VALLS

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Ya no es momento de plantearse que algo cambie para que nada cambie, como dice 'El gatopardo'. Ni tampoco de salir a azuzar a los turistas por los problemas que causan en la ciudad. Lo primero sería inútil. Tal vez hace siete o diez años, algunas intervenciones parciales hubieran frenado determinadas tendencias que conducían hacia la insostenibilidad del modelo turístico de ciudad. El escenario actual requiere tratamientos mucho más drásticos.

Lo segundo, actuar contra los turistas, es una tontería porque no son ellos los culpables de nuestros males. Les hemos creado un producto turístico, se lo hemos publicitado por tierra, mar y aire, se lo hemos empaquetado a su gusto, y ellos lo pagan religiosamente. ¿Qué culpa tienen? El problema es nuestro. No hemos seleccionado la clientela. No hemos sabido fijar la capacidad de carga de cada espacio de la ciudad y los criterios de acceso (como en Berlín). No hemos sido capaces de promulgar una legislación clara y diáfana que impida la existencia de  pisos turísticos sin ruidos, ni impedir su comercialización si sus propietarios no cotizan a Hacienda (como en Nueva York). No hemos sabido atajar la gentrificación, que se expande más allá de los barrios conocidos y amenaza la ciudad, con medidas más amplias que lo exclusivamente turístico (como algunas experiencias iniciales en barrios de Lille, Turín, Ferrara, Dortmund, Viena, Sevilla o Madrid). No estamos creando oferta comercial de calidad más allá de un par de zonas de la ciudad; al contrario, nos encaminamos hacia la drástica reducción del comercio de proximidad si no se enfoca hacia el turismo (en Tokio, el modelo comercial está desconcentrado a diez o doce barrios).

Claro que los turistas se aprovechan del desbarajuste. Lo justifican porque en muchos casos no saben a qué atenerse pues el posicionamiento de la ciudad aparece caleidoscópico: el mismo espacio urbano cobija una despedida de soltero a muerte, un gasto de30 euros diarios, una estancia en hotel de cinco estrellas, un Liceu, una cena gastronómica de altos vuelos, un congreso o un concierto internacional. Si la marca y los criterios de aplicación de una ciudad cultural y 'soft' son claros –precios determinados, tasas, usos, horarios, ruidos…- todos sabrán a qué atenerse. Por eso, hay que aclarar el modelo y hacer pedagogía. Los turistas deben sentirse protagonistas tanto de la vivencia en la ciudad como de la manera de comportarse.

El problema aparece meridiano. Los actores, también. Existen experiencias de ciudades y una cierta legislación comparada de la que podemos aprender. Aunque se encone la búsqueda del consenso, hay que volver a acometerlo utilizando la propia historia, que es muy rica. Nadie duda de que somos líderes en el desarrollo turístico de los últimos 15 años. Lo que sí se duda es de la capacidad de mantenerlo en los próximos si no nos adelantamos a buscar las soluciones privadas y públicas –y entre ambas- en vez de ir a la  greña. Son muchos miles de millones de euros los que nos jugamos, y algo mucho más costoso, el modelo de convivencia.