¡Fuego!
La chispa de una barbacoa que no debió encenderse jamás prendió fuego a unas preciosas sabinas y después la desolación
Cada mañana los primeros rayos de sol dibujaban, a través del cañizo que cobijaba la enorme mesa del jardín, unas sombras geométricas. A esa hora, la brisa era suave y a él le gustaba sentir cómo le acariciaba la piel todavía dormida. Sentado frente al mar le gustaba mirar la arboleda que rodeaba su casa. Vivía donde cualquiera hubiera deseado pasar su vida. Envuelto en silencio, un silencio que no lo era porque los pájaros y las olas componían una banda sonora perfecta.
Él presumía de tener la mejor casa de la isla. No por ser la más grande, ni la más lujosa, pero sí la mejor situada. Desde el ventanal o desde cualquiera de las terrazas que la coronaban se divisaba Formentera. Todo cuanto le rodeaba era verde, bello y olía bien. Allí pasaba todos los veranos desde que era un niño. Entre aquellas paredes de un blanco cegador, recibía a sus amigos, cocinaba para ellos y era feliz.
Una mañana, al despertar, olfateó el aire y notó enseguida que no era el mismo de siempre, el cielo no lucía la transparencia habitual y un olor a leña quemada lo invadía todo. Empezó a buscar sin saber hacia dónde, y en pocos minutos el cielo se había emborronado de un humo espeso y blanquecino. El sonido de los primeros helicópteros auguraba lo peor y unas sirenas lejanas se acercaban hacia él. A partir de entonces, pánico. En muy pocos minutos se asomaron las llamas por la ladera que separaba su casa de la de un vecino que, con desesperación, agitaba un chaleco reflectante para que los bomberos vieran dónde se hallaba el epicentro del fuego.
Corrió hasta la manguera del jardín, la de regar los setos que bordeaban la parte de atrás, y regó hasta que tuvo que retroceder. No les cuento cómo acabó. Les voy a contar cómo empezó: la chispa de una barbacoa que no debió encenderse jamás prendió fuego a unas preciosas sabinas, un árbol autóctono que tarda muchos años en crecer, y después la desolación. Una vez más, la mano de un estúpido destruyó la felicidad de muchos.
Tengamos conciencia este verano de lo que el fuego puede causar y seamos sensatos a la hora de manejarlo.
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