Editorial
Un Sónar que no toca techo
El festival ha creado su propia marca con derivadas notables para la economía de la ciudad
Pocos podían presagiar en 1994, ni siquiera sus tres primeros impulsores, que el pequeño festival de música electrónica que con el nombre de Sónar empezaba a caminar en Barcelona para explorar, con espíritu pionero, la creatividad menos visible se acabaría convirtiendo con el paso del tiempo en un referente internacional imprescindible. Y no solo para los seguidores de las más experimentales tendencias musicales, sino como bullicioso laboratorio de ideas que, en el Sónar+D, cruzan la creatividad de los autores con los últimos avances tecnológicos que alumbran escenarios futuristas a través de la realidad virtual.
De nuevo en esta 24 edición el Sónar ha demostrado que su evolución no tiene techo y su poder de convocatoria tampoco: 123.000 personas (6.000 más que el año pasado) han visitado un certamen asentado ya en el calendario de los grandes eventos musicales y culturales del año con tanta firmeza que ya ha creado su propia marca con derivadas notables para la economía de la ciudad. Hace años que el Sónar dejó de ser un festival de música electrónica solo para entendidos. Su vocación integradora de estilos y tendencias es permanente y cada año sorprende la ambición intelectual y globalizadora del encuentro. Más allá de un brillante programa musical y de su transgresora escenografía ambiental, el Sónar se ha convertido ya en un escaparate privilegiado para debatir los desafíos creativos que nos plantean las nuevas culturas tecnológicas.
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