El pantanoso oasis catalán

El proyecto de hacer una República catalana solo tiene sentido si está libre de sospecha

Germà Gordó

Germà Gordó / periodico

MARINA LLANSANA

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Cada día tenemos nuevas pruebas que aquel oasis catalán que tan bien describía la política catalana durante las más de dos décadas de pujolismo no era más que un pantano de aguas estancadas donde se acumulaba un lodo de corruptelas.

Solo por eso ya tendríamos que celebrar la irrupción del proceso independentista, que ha sido la sacudida que ha contribuido al colapso definitivo del sistema autonómico y ha aportado a la política catalana un proyecto nuevo que apuesta por empezar de cero y, no solo romper con una España de tics predemocráticos, sino también romper con las miserias de los grandes partidos del poder que, en Catalunya, se encubrían unos a otros.

Desde filas unionistas se dice a menudo que el independentismo es una cortina de humo para tapar la corrupción. Nada más lejos de la realidad. Lo que ha hecho el independentismo es, precisamente, hacer aflorar la inmundicia autonomista y dejar por el camino aquellos partidos y líderes políticos que no eran intachables. El último libro del profesor Joan B. Culla, 'El tsunami', explica de manera muy bien documentada hasta qué punto ha saltado por los aires el sistema de partidos catalanes en pocos años, muchos víctimas de malas praxis que los han conducido a la irrelevancia política.

Hablemos claro: aquellos que dicen que el independentismo es una estrategia para tapar la corrupción, lo que hacen es utilizar la corrupción como estrategia para tapar el independentismo. Sin el proceso independentista nunca habrían aflorado muchos de los casos de corrupción que se han producido en Catalunya en el pasado. Y aquí el mérito es compartido: por un lado hay que agradecerlo a la miopía política del Estado español que ha destapado casos reales de corrupción en Catalunya pensando que así acabaría con el proceso, y del otro a los líderes sociales y políticos del independentismo, que han dejado muy claro que si quieren un nuevo Estado es para que sea mejor que el Estado del que quieren irse.

AFERRARSE AL ESCAÑO

No está escrito en ningún sitio que cuando un representante político esté investigado tenga que dejar el cargo, pero un político honesto sabe cuando debe irse: cuando perjudica a la causa que dice defender. Y este es el caso de Germà Gordó, diputado de Junts pel Sí y ahora acusado de tráfico de influencias, prevaricación y malversación de fondos públicos por el 'caso 3%'. Gordó debería dimitir no solo porque se lo piden líderes de su partido como Marta Pascal, sino precisamente porque dice ser independentista.

Si Gordó se aferra al escaño acabará relegado al grupo mixto, desde donde mantendrá el sueldo, el trato de ilustre y el aforamiento, pero desde donde ya no podrá hacer nada para su partido, un PDECat que trata de resurgir como fuerza política hegemónica, ni tampoco podrá seguir defendiendo el programa político con el que se presentó a las elecciones. Porque el proyecto de hacer una República catalana solo tiene sentido si está libre de sospecha y porque el reto independentista es demasiado gigantesco como para arrastrar un lastre tan grande.