El horario, la luz y el chocolate

He cumplido rigurosamente la norma que se hizo pública hace pocos días: adelantar una hora el reloj. No tenía presente que hubiera tantos relojes en casa. He ido de habitación en habitación y he descubierto uno que no tenía presente, y que naturalmente estaba parado. Incluso había otro, muy decorativo, escondido en un armario. Primero me ha sabido mal, porque un reloj no está hecho para ser abandonado sino por acompañarnos cada minuto y cada segundo. De hecho, sus latidos nos acompañan en nuestros latidos y dejarlos morir es una falta de respeto. Por otra parte, cuando he visto inmóviles las agujas de aquel reloj, a las 6 horas y 23 minutos, me ha resultado imposible saber qué hacía yo aquel día a aquella hora.

He sabido ahora que los médicos han avisado de los efectos negativos del cambio. Y se me ha presentado el problema: ¿adelanto la hora de mis relojes aún activos, para seguir conectado con la vida que me rodea, llegar puntual a una cita? O tal vez, preocupado por la salud, ¿no avanzo las agujas y me convierto en «aquel que siempre llega tarde»? Ángels Gallardo recogió en este diario una opinión médica: el organismo tarda 10 días en asimilar el impacto que provoca avanzar el reloj.

Ahora se hacen estudios de todo. Científicos de prestigio han llegado a asociar el paso a la hora de verano en un incremento de hasta el 12% de los infartos. Naturalmente, ha aparecido la polémica. El doctor Bulbena es un experto en un tema apasionante: la influencia de la luz en las personas. Para mí es una investigación extraordinaria. Como nos influye la luminosidad ambiental. Me hace pensar en las reuniones de personas en las que alguien dice «bajar la luz» y otro reclama que se suba.

Y una nutricionista no descarta la influencia del cambio horario en un pequeño incremento gratificante de chocolate. Soy 'chocolatófilo' practicante. Pero no estoy condicionado por ningún cambio de luz. A oscuras también lo busco.